Michel Leclerq perdió a su padre a los cinco años. Eran tiempos duros, los de la Francia ocupada por los nazis. No era un buen estudiante. Pero un día su madre le dio el equivalente de 40 euros de dinero de bolsillo. El joven demostró enseguida tener espíritu empresarial: compró 40 pollitos y los gestionaba como una compañía. Los alimentaba, los cuidaba, anotaba la contabilidad y hacía negocio con los familiares. Y fue cuando estrechó lazos con su primo Gérard Mulliez, que se convertiría luego en una figura clave de su vida.
Porque ya veinteañero, fue precisamente Gérard, que acababa de abrir su primer supermercado con la marca Auchan, quien le contrató como carnicero en uno de sus establecimientos. Corría el 1961. Pero Michel, que terminó su paso por el ejército sin ningún título o grado, soñaba con algo más: quería ser empresario.

Michel Leclerq, fundador de Decathlon
De joven era carnicero, luego creó el gigante de la ropa deportiva y ahora su hijo toma el relevo
Dejó de lado la carrera de ingeniería y ascendió hasta el departamento de tecnología en Auchan. Durante un viaje en EE.UU. se fijó en el modelo local de las grandes cadenas de bajo coste, al estilo Walmart. Y se le ocurrió aplicarlo a la ropa deportiva. En un terreno de los súper Auchan –otra vez la familia Mulliez al rescate– en la ciudad de Englos (Lille), en julio del 1976, Michel Leclerq abrió su primer comercio. Decidió llamarlo Decathlon. “Los inicios fueron muy complicados, realmente no estábamos seguros del resultado”, confesaba en una entrevista en el rotativo La Voix du Nord . Contrató a sus primeros empleados tras pegar cartelitos en un gimnasio: quería que los trabajadores supieran de deporte.
Trató, no sin dificultades, de conseguir marcas conocidas para su tienda, basándose en su visión de que el deporte en el futuro pasaría a ser una actividad popular y no elitista. Por ello, había que ofrecer productos accesibles al público masivo. Finalmente, el negocio arrancó de forma vertiginosa. A mitad de los años ochenta, el empresario entendió que necesitaba músculo para crecer. Y otra se vez se dirigió a la familia Mulliez (que mientras tanto había transformado Auchan en un gigante de la distribución) para que entraran en el accionariado de Decathlon, con cerca de la mitad del capital. Fue así cuando las dos familias, los Leclerq y los Mulliez, unieron sus fuerzas para hacer realidad el sueño de Michel. De allí en adelante vendrían la internacionalización y la producción en Asia. Con el tiempo, Michel perfeccionó su proyecto al mantener el control sobre el diseño, la fabricación y la distribución del material, sin intermediarios, para reducir los costes y es así cuando nacieron las marcas propias, como Quechua o Tribord.
Decathlon hoy es un coloso. Es la primer marca de artículos deportivos de Francia. Cuenta con 100.000 empleados y 1.700 tiendas en más de 70 países. Su facturación roza los 16.000 millones de euros (en España, más de 2.000). Michel, ya multimillonario y sin cargos operativos en el grupo, ahora ha conseguido el último reto que le quedaba por cumplir. Hacer que la saga Leclerq perdure. Su hijo menor Julien, de 40 años, esta semana ha sido nombrado nuevo presidente del consejo de administración de Decathlon.
Regularmente clasificada entre las empresas favoritas de los franceses, Decathlon fue acusada a principios de enero por dos medios de comunicación, Disclose y el programa de France 2 Cash Investigation , de beneficiarse del trabajo forzado de los uigures en China. La empresa negó los hechos y reforzó sus políticas de sostenibilidad.
Como curiosidad, Julien Leclerq conoce bien el mercado español (empezó su carrera como responsable de venta en el país). En su trayectoria ha contribuido en la gestión del fondo de inversión Genairgy y en la creación de la actividad Decathlon Travel. Julien ha sido elegido tras un “profundo proceso de selección por parte de los accionistas, realizado durante varios meses”, cuentan en la compañía. El fundador, su padre Michel, todavía cuenta con el 40% de la empresa y un patrimonio que roza los 5.000 millones de euros. Qué lejos queda aquel joven carnicero.