
Recientemente, atendía a una intervención de Jordi Hereu, cargada de consistente optimismo, acerca de la ventana de oportunidad que se abre para la industria española. Así, dada la salud de nuestra economía y el momento que vive el mundo, consideraba que podemos convertirnos en un hub industrial de primer orden.
Ciertamente, nuestro país sorprende por su estabilidad social, crecimiento económico y capacidad por atraer personas y capitales; unas condiciones idóneas para implementar una política industrial que consolide el giro geoestratégico al que nos fuerza el creciente proteccionismo global y la necesidad de alcanzar la mayoría de edad en cuestiones como defensa e inteligencia artificial. Un objetivo posible y estimulante para cuya consecución el ministro pedía que éste fuera el año de la inversión, de ambiciosos programas públicos a todos los niveles de la administración y, también, de una apuesta decidida desde lo privado. Y en ello coincido plenamente.
Hay escasa ambición privada cuando se trata de poner recursos en tecnología
En estas circunstancias, el liderazgo deben asumirlo los poderes públicos como, desde hace años, vienen haciendo Estados Unidos y China con sus grandes proyectos estratégicos; pero se requiere, también, de una mayor inversión privada. Son muchas las evidencias de esta necesidad, siendo una de las más inequívocas, al margen de lo que de por sí reflejan las cifras, la forzada marcha al extranjero de no pocos de nuestros mejores ingenieros y científicos que, de quedarse, pueden no encontrar un empleo acorde a su formación o bien tener que aceptar unos salarios muy inferiores a los que percibirían en otros países de la misma Unión Europea.
Ello es consecuencia de la escasa predisposición de nuestro tejido empresarial para generar suficientes empleos de calidad, pese a disponer de todo lo necesario para ello, desde tradición industrial y ejemplos cercanos de iniciativas de éxito global, a capital científico y excelentes profesionales formados en nuestras universidades. Una parte del problema vendrá de la política, siempre capaz de sorprendernos con alguna que otra ocurrencia, que no hace más que desincentivar. Pero la responsabilidad recae, también, en la escasa ambición privada cuando se trata de invertir en tecnología y en la mayor aversión al riesgo de nuestros financieros, que siguen optando por sectores más conocidos y rentables a corto plazo.
En un mundo tan cargado de turbulencias, en que no damos para tanto sobresalto, todo invita a replegarse y esperar que amaine el temporal, pero con ello solo conseguiríamos ver cómo se nos pasa de largo una oportunidad histórica, muy difícilmente repetible. Por ello y como el ruido ensordecedor va para largo, mejor que, como también señalaba el ministro, atendamos a Santa Teresa y su “nada te turbe, nada te espante, todo se pasa”. Que cuando se pase, que pasará, ya seamos un hub de referencia global.