Pasar a la acción

La Unión Europa ha conseguido liderar la reducción de gases de efecto invernadero en el mundo. El problema es que lo ha hecho sin tener en cuenta el impacto de sus políticas en el precio de la energía y en la competitividad de su industria, lo que ha provocado un fuerte retroceso en la actividad de este sector. Ante esta situación, cada vez son más las voces críticas que piden reconsiderar la estrategia de descarbonización.

Así, en solo unas semanas, cuatro de los cinco grandes países de la UE (Alemania, Francia, Italia y Polonia) han rechazado la propuesta de la Comisión Europea de reducir un 90% las emisiones netas de gases de efecto invernadero para 2040, preocupados por el impacto de una regulación tan estricta en sus economías.

Ha llegado el momento de revisar la estrategia de descarbonización

Asimismo, el canciller alemán, Friedrich Merz, ha pedido al Ejecutivo comunitario que levante la prohibición de matricular vehículos de combustión a partir de 2035. Su rotundo posicionamiento responde a las graves dificultades que atraviesa un sector que ha sido seña de identidad de la gran industria alemana y generador de cientos de miles de empleos. Voy a ser igualmente contundente: antes de que el daño sea irreparable, Bruselas haría bien en reconsiderar su decisión y permitir la venta a partir de ese año de vehículos nuevos de combustión interna, que han mejorado su eficiencia y reducido sus emisiones en los últimos años.

Capítulo aparte merecen las contradicciones respecto al gas natural. Pese a ser una fuente de energía esencial para el día a día, la UE ha renunciado a aprovechar o incluso a conocer con qué recursos cuenta y ha optado por la importación masiva de gas procedente en primer lugar de Rusia y, tras la invasión de Ucrania, de Estados Unidos para cubrir sus necesidades. El resultado es que nuestra industria paga el gas natural más caro y provocamos un aumento de las emisiones globales al añadir las que genera su transporte por barco en forma de gas natural licuado.

La dependencia energética y los elevados precios de la energía fueron dos de los problemas que Mario Draghi señaló en su informe del año pasado sobre la competitividad de la economía europea. Doce meses después, pocas cosas han cambiado y solo un 11% de las recomendaciones del expresidente del Banco Central Europeo han sido plenamente implementadas. La inacción ha llegado a tales cotas que el propio Draghi ha abroncado públicamente a la UE por su incapacidad de avanzar con agilidad en las reformas críticas.

La situación de la industria no puede ser más preocupante, así que ha llegado el momento de que la Comisión aplique con rapidez, de forma decidida, las recomendaciones de Draghi y revise en profundidad su estrategia de descarbonización. Bruselas debe escuchar por fin al sector y empezar a plantear objetivos realistas, que permitan preservar la competitividad de la industria y reducir las emisiones de CO2. El futuro de Europa, en un mundo en el que Estados Unidos y China no titubean, depende de ello.

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