¿Por qué China puede plantarse ante Trump?

El gobierno chino se ha pronunciado dos veces en un mes con una contundencia inédita en relación a Estados Unidos. Este martes ha sido el ministerio de Comercio el que ha expresado la disposición de China a “luchar hasta el final”, en su réplica a sucesivos aranceles de EE.UU. A principios de marzo era un portavoz de Exteriores el que declaraba que, tras la segunda andanada desde Washington, China estaba “preparada para la guerra, para cualquier tipo de guerra”.

El tono bravucón no desmerece al del presidente de EE.UU., Donald Trump, pero el gobierno chino no da puntada sin hilo. Muchos analistas opinan que Pekín lleva años preparándose para este momento. Las intenciones de Trump no solo eran públicas, sino que venían avaladas por su primer mandato: China no olvida el garrotazo arancelario de 2018.

Su respuesta de 2025 es mucho más decidida, desde el primer incremento de tasas aduaneras del 10%, al que sucedió otro del mismo porcentaje. En ambos caso, la respuesta china fue relativamente rápida y sofisticada, pero no frontal, para dar una oportunidad a la desescalada. Prefirió apuntar a un ramillete de sectores claves en su respuesta arancelaria, acompañada de restricciones para metales estratégicos. La semana pasada, sin embargo, el gravamen del 34% de una tacada contó con una réplica simétrica y de forma prácticamente automática.

China lleva años diversificando mercados y en la actualidad menos del 14% de sus exportaciones van a la primera potencia

El emperador Nerón tocaba el arpa mientras Roma ardía. Trump, en cambio, en la neoclásica Washington, a su regreso de jugar al golf, seguía echando leña al fuego este lunes, mientras cientos de miles de millones de dólares continuaban esfumándose de este a oeste, a medida que abrían los mercados. Pero su amenaza de una contrarréplica del 50% a China –un descomunal 104% acumulado– si no retira este martes su réplica no parece haber surtido efecto. De momento ha cerrado las vías de escape, con el comercio mundial como rehén.

Si esperaba que Pekín ondeara la bandera blanca, como hizo Hanoi, parece haber estado mal asesorado. Vietnam -aunque personifique los límites del poder americano- tiene muchos más incentivos para sentarse y menos herramientas a su alcance. Alrededor del 35% de las exportaciones vietnamitas van al mercado estadounidense, representando por sí solas casi el 30% del PIB de Vietnam. En cambio, China lleva años diversificando mercados y en la actualidad menos del 14% de sus exportaciones van a la primera potencia (frente al 19% en 2018), lo que representa un 2,5% de su PIB (antes, un 4%). Trump puede malherir a China, pero no desangrarla, ya que su crecimiento del PIB el año pasado fue el doble: 5%. Porcentaje que aspira a repetir este año, aunque ahora ya está claro que para acercarse necesitará una gran dosis de estímulos.

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El distrito financiero de Shangai

HECTOR RETAMAL / AFP

Pekín cree gozar de margen, por poco que incentive su mercado interno de 1.400 millones de consumidores, que han vuelto a doblar su poder adquisitivo en poco más de una década. Es cierto que el consumo no acompaña porque el despliegue del estado del bienestar, que arrancó en el segundo mandato de Hu Jintao, todavía está muy lejos de los parámetros europeos. Eso significa que las familias chinas ahorran muy por encima de las occidentales, para las vicisitudes de la vida: desempleo, enfermedad, gastos educativos, vejez.

Nada es de color de rosa en China desde que golpeó la covid. El endeudamiento público se ha multiplicado, por las políticas de estímulo y para compensar el esfuerzo deliberado, por parte del gobierno de Joe Biden, de frenar el crecimiento chino a fin de impedir o retrasar un cambio de hegemonía. Pese a las deslocalizaciones de fabricantes estadounidenses, japoneses o coreanos a Vietnam, Camboya o Bangladesh, su exposición a China sigue siendo mayúscula. Empezando por Elon Musk, cuya firma de coches eléctricos, Tesla, obtenía hasta ahora la mitad de sus beneficios de su fábrica de Shanghai.

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China también se ha preparado para este momento tejiendo alianzas con países en los cinco continentes, muchos de los cuales conservan agravios respecto a sus antiguos colonizadores. China, a diferencia de EE.UU., Japón y varias potencias europeas, no era uno de ellos. Las infraestructuras de las Nuevas Rutas de la Seda incentivan la apertura de estos mercados emergentes. A ello hay que sumar la influencia diplomática a través del grupo de los BRICS, de la Organización de Cooperación de Shanghai o del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, con sede en Pekín.

Estados Unidos, ciertamente, cuenta con armas financieras temibles, empezando por la supremacía del dólar. Pero China tiene motivos para creer que, si Rusia ha sorteado en gran medida las sanciones occidentales, encontrando mercados para sus hidrocarburos, la gran fábrica del mundo podrá hacer otro tanto. El temor, en este caso, procede de los mercados que temen verse inundados por los stocks con descuento que dejen de desembarcar en EE.UU..

Pekín tampoco está inerme financieramente, como se deduce de sus reservas en oro y divisas. Es cierto que, menos de un año después de ser elegido secretario general del Partido Comunista de China (PCch), Xi Jinping revirtió la compra de deuda estadounidense, que acababa de tocar techo. La colosal cifra de 1,316 billones de dólares se ha ido reduciendo sin prisas pero sin pausas hasta los actuales 760.000 millones. Aun así, China es el segundo tenedor de bonos del Tesoro de EE.UU., después de Japón (igualado, si sumamos Hong Kong), con una gran capacidad destructiva si decidiera desprenderse de ellos de golpe (aunque también sufriría las consecuencias).

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Ciudadanas de Pekín, con vestidos tradicionales, pasean frente a una Apple S

WANG ZHAO / AFP

China, por último, tiene margen para depreciar el yuan -ya está pasando- así como niveles de endeudamiento público y desempleo que, aun deteriorándose, son más manejables que en la mayor parte del mundo. “No se nos caerá el cielo encima”, desdramatizó el viceministro chino de economía ante un grupo de ejecutivos occidentales, ayer lunes, a los que pidió hacer una apuesta por “la racionalidad”. La firmeza de su gobierno, vino a decir, no tenía otro objeto que devolver a Washington a una senda “racional”. El PCCh, convertido en abanderado del libre mercado por abandono de los Estados Unidos de América -aunque más en los mercados ajenos que en el propio- lleva algunos meses cortejando a sus propios empresarios privados, prometiendo mayor equidad a las empresas públicas en el acceso a licitaciones. El terremoto universal provocado este año por la IA abierta de DeepSeek se une a otros grandes éxitos del tecnocapitalismo chino, desde Alibaba -con Jack Ma rehabilitado- a TikTok, que no quiere morir de éxito -ni ser apuñalada- en EE.UU..

Mientras tanto, el presupuesto de Defensa de China sigue en su línea de los últimos años, con un aumento del 7,2%. Lejos del propósito de algunos estados europeos de duplicarlo de aquí a 2030. China no necesita, de momento, recurrir a un keynesianismo de corte armamentista para mantener a flote su industria, pese a la actual marejada. Si la base industrial china fuera reconvertida en economía de guerra, bajo el férreo control del PCCh, entonces sí que habría motivos para echarse a temblar.

Todo ello en un mundo que, según el primer ministro chino Li Qiang, vive “cambios acelerados como no se han visto en un siglo”. (Lo dijo un mes antes de que el índice Hang Seng de Hong Kong se pegara este lunes su peor batacazo desde 1997, al caer más de un 13%). Pero una China con mayor confianza en sí misma cree poder surfear esa ola. Donald Trump, en cambio, amenaza con revertirla, meterla en vereda, reconducirla o crujirla a impuestos. La próxima oleada, en forma de desempleo para unos y carestía para otros, promete empaparlos a todos. Aunque el respiro en los mercados de este martes, tímidamente en verde, demostraría que todavía queda algún paraguas a mano. 

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