Delante de una gasolinera de Petrobras en el centro de Belém, por donde días antes desfilaban las marchas indígenas de la COP30, un grupo de seguidores del ya encarcelado expresidente Jair Bolsonaro protagonizaron un ruidoso “bocinazo”.
Sonaba, a volumen ensordecedor, Eu amo Brasil el himno de la selección de Pele y Tostao que ganó el Mundial en 1970, en plena dictadura militar. Las pancartas gritaban: Lula Fora!, Amnistia Já y De Moraes dictador, en referencia al poderoso juez Alexandre de Moraes que juzgó y condenó a Bolsonaro a 27 años de cárcel.
Fue un caso de mucho ruido y pocas nueces. Solo participaban una veintena de personas. Pero los manifestantes bolsonaristas en Belém y otras ciudades del país contaban con que pronto llegara la ayuda de un poderoso aliado: “Donald Trump está analizando la situación con calma”, dijo un treintañero barbudo, cuya camiseta rezaba “No existe democracia con presos políticos”.
“Él (Trump) hará lo que sea necesario (…) entiende todo lo que está ocurriendo en Brasil ¡Es nuestro socio y es socio de la derecha mundial!”, agregó una mujer que lucía una camiseta decorada con una incongruente imagen de Bolsonaro con tocado de indio.
Trump “va a apretar el tornillo muy fuerte a todos los jueces del Tribunal Supremo Federal”, afirmó Beto, líder bolsonarista de la ciudad pesquera de Bragança, a una hora de Belém, que participó en 2022 en las concentraciones delante de los cuarteles, parte del plan de golpe por el que Bolsonaro y otros políticos y militares han sido condenados.
Esta confianza en la inminente intervención del “socio” en la Casa Blanca no fue respaldada por las acciones de Washington. Tras el encarcelamiento de Bolsonaro el pasado viernes, Trump respondió con una actitud casi indiferente “That’s too bad” (Qué pena).
Aún más llamativo fue el silencio del Departamento de Estado. A fin de cuentas, hace dos meses cuando el Tribunal Supremo anunció la sentencia contra Bolsonaro y sus colaboradores, Marco Rubio acusó a los jueces de realizar una “caza de brujas” contra el ultraderechista y amenazó con adoptar fuertes represalias.
Mucho han cambiado las cosas desde entonces. Primero, el deshielo en las relaciones entre Trump y Lula. “Hay buena química”, anunció Trump, para sorpresa de todos, después de un breve encuentro con el presidente brasileño en la Asamblea de la ONU a mediados de septiembre.
Más ruido que nueces: la manfestación bolsonarista en Belém el pasado jueves
Luego se anunció la eliminación de los aranceles del 50% sobre las importaciones brasileñas de café y carne, un giro achacable a la preocupación en la Casa Blanca por una subida disparada de precios en EE.UU. Más del 30% del café y del 27% de la carne que se consume en Estados Unidos procede de Brasil. Tras declarar la guerra comercial a Lula en defensa de su aliado ideológico, Trump dio un giro de 180 grados en su política. El presidente “pretende inaugurar una edad de oro en las relaciones entre Brasil y EEUU”, llegó a decir el pasado martes el cónsul general de EE.UU. en São Paulo, Kevin Murakami
El temor a una subida del precio del café y la ternera han llevado a EE.UU. a ser mucho más pragmático
“Trump es transaccional; sabe que Bolsonaro y su círculo más íntimo han perdido mucha fuerza y nunca más la recobrará. No quiere apostar por un caballo perdedor”, dijo Thiago Rodrigues, especialista en política exterior de la Universidad Fluminense de Río de Janeiro. Al mismo tiempo, “responde a una presión de sectores vinculados con los importadores en EE.UU.”, añadió en una entrevista a La Vanguardia.
“Bolsonaro ha sido abandonado por Trump”, coincidió Oliver Stuenkel de la Fundación Getulio Vargas, columnista de Foreign Affairs. “La Administración intentó presionar al Gobierno de Lula. Pero no funcionó. Lula se mantuvo firme. Es una gran victoria para la política exterior de Lula”, reflexionó.
Los bandazos de la política para Latinoamérica del estadounidense confunden a todos los que hablan de geoestrategia trumpista o una defensa de los intereses norteamericanos. Cuando Trump anunció a mediados de año una batería de sanciones contra los jueces brasileños, muchos lo explicaron por los lobbies de las grandes empresas de tecnología y de redes. De Moraes se había atrevido a cerrar durante varias semanas la red social X de Elon Musk y sancionar otras plataformas estadounidenses utilizadas por el llamado ‘gabinete del odio bolsonarista’ para propagar falsas noticias durante la campaña electoral de 2022.
Otro lobby detrás de la ruptura estadounidense con Lula eran las multinacionales de las tarjetas de crédito como Visa, American Express y Mastercard, preocupados por el éxito del nuevo servicio brasileño de pago electrónico Pix, que ha crecido como la espuma. Ya ni la Big Tech ni la Big Finance estadounidenses parecen estar en la mente del presidente. Al menos en Brasil.
“El escenario político ha cambiado, pero el caso no está cerrado (…) es una pieza dentro del tablero de negociación comercial de Estados Unidos”, dijo a este periódico Alex Hoffmann, uno de los fundadores de la empresa que proporciona los servicios de Pix, PagBrasil.
Pero, más que en la guerra comercial, ahora Trump “está pensando en la política doméstica y concretamente en las elecciones del 2026”, dice Stuenkel. “Tiene que bajar la inflación o los republicanos perderán la Cámara”. La marcha atrás es otro indicio de que la fuerza de Brasil como el productor de alimentos más grande del mundo ya da dividendos en la geopolítica. Un dato simbólico: sin la carne brasileña, la hamburguesa en EE.UU. se ha vuelto inviable.
Jair Bolsonaro y sus hijos, por su parte, se enfrentan a la vida sin Trump. Flavio, el hijo mayor, prepara su candidatura presidencial, aunque, investigado por corrupción, no querrá poner en riesgo la protección legal que le proporciona el aforo del senador. Eduardo, afincado en Texas, sigue haciendo lobby por su padre dentro del movimiento MAGA. Pero de Moraes ya lo investiga por actividades sediciosas y si vuelve a Brasil puede acabar en la cárcel junto a su padre.
