Cambia el clima y cambian los lemas. Alaska, la conexión ártica de Estados Unidos, deja de ser la última frontera y ahora es la nueva frontera.
Al estado número 49 lo consideran el “futuro del norte” por el refuerzo de su posicionamiento estratégico y militar en tiempo de deshielo –Rusia está a 88 kilómetros–, así como por la cada vez mayor importancia de los minerales raros, claves para la revolución tecnológica.
Hay cosas que siguen inmutables. En un supermercado de Anchorage –la ciudad más poblada (292.000 habitantes), centro económico, logístico y energético–, los lugareños ni se inmutan, pero a los visitantes les llama la atención esas pilas de cajas que contienen botes de gas pimienta para protegerse del acecho de los gigantes. “Prepárate para el territorio de osos”, reza la publicidad.

Maniobras conjuntas en Alaska entre Estados Unidos y Dinamarca, el pasado invierno, en la zona de North Pole, con una condiciones extremas
“Tenemos osos hasta en la ciudad”, bromea el gobernador Mike Dunleavy (republicano) desde la atalaya de sus oficinas y unas vistas impresionantes a la bahía de Anchorage. Su puerto es esencial para el suministro interno. Y aún lo es más su aeropuerto, el segundo del país y el tercero del mundo en el transporte de mercancías, por detrás de Memphis y Hong Kong.
Según Dunleavy, ese floreciente tráfico hará de Alaska “el canal de Panamá del norte” a medida que aumente el transporte marítimo por el Ártico.
A su gran riqueza en petróleo y gas natural y a las minas de oro o cobre, hoy se suman una serie de minerales hasta hace poco desconocidos o despreciados (germanio, bismuto, galio) y determinantes para la inteligencia artificial, la telefonía móvil, los vehículos eléctricos, el armamento o la sanidad.
En un downtown , con los restaurantes a tope a la hora de la cena en estos días de verano sin noche, un cartel plantea la cuestión de “la locura de Seward”.
William Seward, que era secretario de Estado en el gobierno de Andrew Jackson, compró este territorio a Rusia por 7.200.000 dólares en marzo de 1867 (no ingresó como estado hasta enero de 1951, solo unos meses antes que Hawai).
“Rusia nos ha vendido una naranja chupada”, fue uno de los titulares. En realidad era una ganga, menos de dos céntimos por acre. “Seward fue menospreciado. Que si Alaska se encontraba demasiado al norte, que si estaba todo congelado”, recuerda el gobernador. “Lo compró por su localización geopolítica y sus recursos”, añade.
Un visionario, Seward. “No solo somos un estado ártico, somos la soberanía del Pacífico occidental”, recalca Dunleavy.
El deshielo, con nuevas rutas en el Ártico y la riqueza mineral, hacen de Alaska la nueva frontera, no la última
Para darle más calado, el gobernador tenía colgado este sábado en sus redes un mensaje de agradecimiento porque su estado recibirá el próximo viernes a los presidentes Donald Trump y Vladímir Putin para la reunión en busca de una salida a la guerra de Ucrania.
Dicho con total sinceridad y pese haber circulado por zonas de bosque (aquí se salta del asfalto a la naturaleza en un parpadeo), el oso blanco visto más de cerca, bautizado como Pinky , está metido en una enorme caja de cristal, puesto en pie e inamovible desde hace décadas, en su taxidérmica posición de ataque o de defensa, a saber.
De esa guisa da la bienvenida en el vestíbulo del cuartel central de la 11ª División Aerotransportada y del Ejército de EE.UU. en Alaska.
Esta es la base conjunta de Elmendorf-Richardson, popularmente conocida como Jber. Es la más grande de Alaska, cerca de 30.000 personas entre uniformados y civiles. Tiene campo de golf y pistas de esquí para el recreo de la soldadesca.
“Consideramos a Alaska como un plataforma de proyección del poder”, explica el coronel Sean Anderson. “Podemos alcanzar con rapidez cualquier punto del hemisferio norte. Y es el entorno perfecto para replicar las condiciones del campo de batalla a gran altitud y con frío extremo, pero ponemos el énfasis en progresar antes que en sobrevivir”, aclara.
Remarca que Rusia siempre ha estado ahí, pero ahora muestra un interés especial, mientras que China, que ha empezado a hace operaciones conjuntas con los rusos, se autocalifican de nación cerca del Ártico. “A medida que el derretimiento del hielo continúa expandiendo las rutas comerciales, este paso del noroeste ayudará a reducir el tránsito entre Asia, Europa y Norteamérica por puntos conflictivos en el canal de Suez y permitirá ahorrar hasta un 25% del tiempo”, señala Anderson en marco mundial.
En Jber construyen desde el 2022 una ampliación de 884 metros de la pista de su aeropuerto y prevén finalizar en el 2026. El presupuesto es de 404 millones y han tenido que sacar 9.200 metros cúbicos de tierra. “Más o menos el tamaño equivalente a 3.700 piscinas olímpicas”, ilustra a pie de obra Daly Yates, del cuerpo de ingenieros.
Además de cuestiones operativas (una pista corta hace más difícil el despegue y aterrizaje a tan bajas temperaturas, que caen a menos 40º o más) y de mantenimiento, el meollo es estratégica, puesto que cada vez necesitan mayor capacidad.
El general de Brigada, Joseph E. Hilbert, al mando como comandante general, rememora una frase de su colega Billy Mitchell, pionero de la fuerza aérea estadounidense que sirvió en la Primera Guerra Mundial. Sostuvo hace casi un siglo que “quien posee Alaska poseerá el mundo”. Para Hilbert, “esa cita sobre el control global era relevante cuando la dijo, pero todavía lo es más en la actualidad”.
El máximo jefe subraya que las guerras en Afganistán e Irak tras los atentados del 11/S del 2001 propiciaron que Alaska tuviera tropas pero que careciera de “estrategia artica”.
El 49 estado de EE.UU. se halla en una zona de peso, con Rusia y China cada vez más operativos
A partir del 2015, “cuando vimos que el Ártico era competitivo con las actividades de Rusia y China y que habíamos perdido capacidad”, se pusieron las pilas para recuperar el dominio.
Tras estos años, Hilbert se ve en situación de dominio. “¿Preparados para la Tercera Guerra Mundial? Nos entrenamos para disuadir conflictos, pero estamos listos para el peor día”.