Presidentes enfermos, ignorancia popular

El próximo día 27 de este mes se cumplirá un año del hecho más relevante de la campaña presidencial estadounidense del 2024. Desde los estudios centrales de la CNN en Atlanta, el presidente Biden debatió con el entonces expresidente Trump y el resultado fue demoledor para el inquilino de la Casa Blanca, quien confirmó ante una audiencia millonaria lo que hasta entonces era solo una sospecha, que su deterioro cognitivo constituía una barrera infranqueable para su intento de reelección.

El resto es bien conocido. Reemplazado como candidato demócrata por su poco conocida y poco bregada vicepresidenta, Kamala Harris, el exsenador –durante 36 años– y exvicepresidente –durante ocho– se convirtió en una figura patética, privado en la práctica de defender su histórico legado y también de hacer campaña eficazmente en favor de su potencial sucesora. El desenlace no dejó de ser lógico: otros cuatro años de Trump, control republicano del Senado y mantenimiento de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, al margen de una fuerte crisis de identidad y liderazgo en el Partido Demócrata.

Pocos presidentes estadounidenses han exhibido una auténtica salud a prueba de bomba

Sin embargo, el declive y apartamiento político por razones de salud de Joe Biden constituye en términos históricos una excepción, ya que un número significativo de primeros mandatarios se las apañaron para ocultar a sus conciudadanos sus problemas físicos y mentales. Uno de los más grandes, Abraham Lincoln, contrajo la malaria dos veces, padeció la viruela y fue víctima de depresión crónica, aunque es evidente que en su época, mediados del siglo XIX, el presidente era físicamente una figura remota para la inmensa mayoría de sus conciudadanos.

Más trascendente fue el caso de Woodrow Wilson, presidente durante la Primera Guerra Mundial, víctima de un ictus en octubre de 1919, que afectó seriamente a sus funciones motrices y mentales, pese a lo cual pudo completar su segundo mandato hasta su finalización, en marzo de 1921. En ese período la presidencia fue ejercida en la práctica por su esposa, Edith Bolling, al frente de un reducido grupo de colaboradores.

Franklin Delano Roosevelt, el presidente que sacó a EE.UU. de la Gran Depresión, contrajo poliomielitis a los 39 años y estuvo desde entonces confinado en una silla de ruedas, pero en aquella época previa a la televisión, muy pocos de sus conciudadanos eran conocedores de su condición. Elegido ya gravemente enfermo de hipertensión no controlada y afecciones cardiacas en noviembre de 1944 para un cuarto mandato, falleció de una hemorragia cerebral en mayo de 1945 a los 63 años y sin alcanzar a ver el final de la Segunda Guerra Mundial.

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Las múltiples enfermedades de John F. Kennedy, que aún ostenta el récord de ser el presidente electo de menor edad (43 años) en acceder al cargo, están bien documentadas. Los más aparentes de los cuales fueron sin lugar a dudas sus sempiternos problemas en la columna vertebral, que le llevaron al quirófano y al borde de la muerte en un par de ocasiones. De nuevo, muy pocos conciudadanos fueron conscientes del estado de salud de su presidente, quien, por el contrario, transmitía una imagen de supremo dinamismo.

En fin, en su último bienio como presidente Ronald Reagan exhibió alarmantes déficits de atención y problemas de concentración, quizás precursores del alzheimer que se le diagnosticaría una vez abandonada la Casa Blanca. Como en el caso de Wilson, su esposa Nancy se convirtió en cuidadosa guardiana de su agenda y de sus prioridades, con un ojo siempre puesto en el horóscopo, una curiosa obsesión de la exactriz.

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Joe Biden en el debate presidencial de la CNN, el 27 de junio de 2024

Marco Bello / Reuters

En definitiva, entre el escaso medio centenar de primeros mandatarios estadounidenses de la historia, pocos han exhibido una auténtica salud a prueba de bomba, entre los que habría que destacar a Jimmy Carter, el único en llegar a centenario. Eso sí, la mayoría se ha preocupado de que el pueblo soberano desconociera su auténtico estado de salud, algo ya muy difícil de mantener en la verdadera esfera de cristal en la que ha mutado la actualidad política global.

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