Vladímir Putin se forjó en el KGB, así que conoce bien el arte de la manipulación mental.
Prueba de ello es su relación con Donald Trump en los últimos meses, en la que el presidente ruso ha conseguido esquivar una y otra vez la presión del republicano para que ponga fin a la guerra en Ucrania. Su táctica ha sido la de ganar tiempo, y hasta ahora ha resultado muy efectiva: siempre ha logrado que el mandatario estadounidense entre en su juego, incluso cuando la tensión con Washington parecía insostenible.
El episodio de los Tomahawk ha sido el último ejemplo de esa estrategia. En vísperas de la reunión entre Trump y Volodímir Zelenski en la que se tenía que discutir el envío de estos misiles de largo alcance a Ucrania, Putin decidió llamar al republicano. El resultado de esa conversación fue la convocatoria de una reunión entre los dos mandatarios en Budapest para hablar del fin de la guerra. Una cumbre que todavía no tiene fecha, y que, según recalcó ayer el Kremlin, debe ir precedida de encuentros entre equipos de negociadores para los que tampoco hay calendario.
Cambio de tono
Trump rebajó las expectativas sobre el envío de los Tomahawk tras hablar por teléfono con Putin
A cambio de esa cita por concretar en la capital húngara, el autócrata ruso consiguió que Trump rebajara las expectativas en torno a las demandas armamentísticas de Zelenski.
Si días antes el magnate había insinuado que daría luz verde al suministro de Tomahawk a Kyiv –algo que había causado alarma en el Kremlin, ya que con estos proyectiles el ejército ucraniano sería capaz de golpear con potencia y precisión la retaguardia rusa–, tras hablar con Putin cambió su discurso: “También necesitamos Tomahawk para EE.UU.”, dijo a la prensa. “No podemos agotar las reservas de nuestro país”, añadió, dejando entrever que daría largas a Ucrania.

Lo sucedido esta semana recuerda a lo que pasó en julio, cuando Trump amenazó a Rusia con imponerle aranceles del 100% si no se firmaba pronto un acuerdo de paz. El presidente estadounidense dio cincuenta días de margen al Kremlin, que luego redujo “a diez o doce”, pero aquel ultimátum quedó en nada. Putin logró apaciguar al magnate accediendo a reunirse con él en Alaska, en una cumbre que enseguida se reveló como una mera maniobra dilatoria: después de aquel encuentro, Rusia eludió cualquier compromiso diplomático, y siguió con su ofensiva militar en Ucrania.
Unos meses atrás, en mayo, se vivió una situación similar, cuando Trump, frustrado por la falta de avances tras las reuniones en Estambul entre negociadores estadounidenses y rusos, llamó a Putin para que pactara cuanto antes un alto el fuego con Zelenski. Tanto Washington como el Kremlin aseguraron que la llamada fue muy provechosa, pero en realidad no supuso ningún avance hacia la paz. Todo lo contrario: en las semanas siguientes, Rusia intensificó sus ataques aéreos sobre las ciudades ucranianas, lo que llevó a Trump a decir que el dirigente ruso estaba “jugando con fuego”.
Teniendo en cuenta ese historial, resulta lógico pensar que la futura reunión en Budapest no servirá para resolver el conflicto: simplemente, se trata del enésimo intento de Putin de chutar el balón hacia delante para sortear la presión del presidente estadounidense.
Así lo piensan figuras como la senadora demócrata Jeanne Shaheen, quien el jueves afirmó que el Kremlin ha “engañado” una vez más a la Casa Blanca. “Tras marcharse de su cumbre en Alaska con las manos vacías, el presidente Trump ha decidido recompensar a Putin de nuevo extendiendo la alfombra roja en Hungría. El presidente Trump está repitiendo los errores del pasado al no armar a Ucrania hasta los dientes y permitir que gane esta guerra”, afirmó.
Trump, sin embargo, hace oídos sordos a estas críticas: reforzado por su mediación en la crisis de Gaza, piensa que ahora, más que nunca, tiene a su alcance el fin de la guerra de Ucrania. “Realmente creo que el éxito en Oriente Medio ayudará en nuestras negociaciones para lograr el fin de la guerra con Rusia y Ucrania”, aseguró en un mensaje en su red social.
Una convicción que Putin explota a su favor: sabe que, agitando la promesa de la paz, aunque esta sea vaga, podrá comprarle a Trump algo más de tiempo. Y el tiempo es oro para este exagente del KGB.