Una parte del genio político de Donald Trump consiste en serlo todo para todos o, al menos, para todos sus seguidores. Ha dicho tantas cosas contradictorias a lo largo de su vida pública y durante la campaña presidencial que es fácil quedarse con las que a uno le gustan y hacer caso omiso de las otras, descartadas como fanfarronadas. Según parece, los inversores también obran de ese modo. La rotunda victoria del expresidente el pasado 5 de noviembre desencadenó un repunte mundial de la renta variable porque los inversores llenaron en su visión del futuro el agujero con forma de Trump de esperanzas y sueños. En esas fantasías, los impuestos más bajos y la reducción de la burocracia impulsan la mayor economía del planeta y, con ella, la economía del planeta en su conjunto. ¿El resultado? Al finales de la semana, las acciones habían subido un 2,4% en todo el mundo con respecto al día de las elecciones.

Si nos fijamos en los precios de las acciones, Trump parece una excelente noticia para los vehículos eléctricos de Tesla y también para los grandes consumidores de gasolina de Detroit; para Wall Street y las compañías de criptomonedas; para los fabricantes estadounidenses, a quienes promete proteger, y para las empresas mexicanas, de las cuales supuestamente necesitan protección; para las acciones petroleras, aunque su exhortación a “perforar y perforar” podría deprimir los beneficios al hacer mella en los precios del crudo… Incluso las acciones de las compañías chinas, carne de cañón en cualquier guerra comercial trumpiana, ganaron un 2% a última hora del 7 de noviembre.

Un agente de bolsa de Wall Street con propaganda electoral de Trump
El mundo es complejo y no todo (no, no todo) gira en torno a la votación estadounidense. El viernes, China hizo público un paquete de estímulo de 1,4 billones de dólares con el que vigorizar la segunda mayor economía del mundo. En la tercera, Alemania, el gobierno había implosionado el día anterior. La cuarta, Japón, se encuentra en un atolladero desde las elecciones generales del 27 de octubre, en las que ningún partido obtuvo la mayoría.
Incluso en Estados Unidos, el entusiasmo de los inversores puede deberse más a la contundencia de la victoria de Trump, que barrió cualquier temor a unos disturbios poselectorales, que al propio ganador.
Por todo ello, predecir qué empresas prosperarán y cuáles no en los próximos cuatro años constituye un esfuerzo inútil; en especial, mientras no quede claro quién establecerá la política bajo el mandato de Trump. De todos modos, pese a los riesgos de que se consideren una inutilidad, avanzaremos tres conjeturas. En primer lugar, a las compañías estadounidenses les irá mejor que a las no estadounidenses. En segundo lugar, en Estados Unidos, las compañías más pequeñas deberían experimentar en la Bolsa un mayor impulso que las grandes. En tercer lugar, quizás Trump y sus amigos salgan ganando.
La cotización de las mayores empresas estadounidenses ha crecido un 3,7% desde la victoria de Trump
La principal razón por la que las compañías estadounidenses en su conjunto podrían superar a las demás es que llevan años haciéndolo, con Trump o sin él. Las compañías estadounidenses son más grandes, crecen más deprisa y obtienen mayores beneficios que sus rivales de otros países. Además de esa ventaja inicial, obviamente se beneficiarán de cualquier recorte de los impuestos corporativos, que fluyen automáticamente a la cuenta de resultados, y de la desregulación, que reduce otros costes.
Podrían surgir impedimentos legales y legislativos a la promesa de campaña de Trump de imponer un arancel del 10-20% a todos los productos extranjeros y del 60% para los chinos, pero lo probable es que se produzca algún aumento de los aranceles. En ese caso, las empresas estadounidenses pagarán más por las importaciones y se enfrentarán a represalias al vender en el extranjero. Por suerte para ellas, se encuentran por término medio menos expuestas al comercio mundial que las multinacionales de las economías orientadas a la exportación de China, Europa y Japón. Además, en el peor de los casos, America Inc. siempre puede recurrir a su vasto mercado nacional. Los aranceles no serán “bonitos”, por utilizar una palabra pronunciada por Trump, para los compradores, pero a corto plazo no tienen por qué ser feos para los beneficios.

Una factoría de Tesla en California
El índice S&P 500 de las mayores empresas estadounidenses que cotizan en Bolsa ha subido un 3,7% desde la victoria de Trump; en cambio, los índices similares de otros lugares han subido menos (China, Japón, México), han bajado (Europa, Hong Kong) o se han estancado (India). Algo impresionante… hasta que se ve el salto del 6,1% dado por el Russell 2000, que hace un seguimiento de las empresas públicas más pequeñas de Estados Unidos. Se trata de un cambio muy bienvenido para las compañías menos importantes, cuyos rendimientos han ido a la zaga con respecto al comportamiento de las superestrellas corporativas durante unos diez años, el período más largo en décadas, según observa Steven DeSanctis del banco de inversión Jefferies.
Ahora las cosas pueden mejorar para los Davids de los negocios. Están menos capacitados que los Goliats para abrirse paso a través de la farragosa burocracia, por lo que saldrán beneficiados si ésta se reduce. Bajo el mandato de Trump, que se cree el negociador en jefe, los encargados de hacer cumplir la legislación antitrust podrían permitir más adquisiciones, que crean valor para los accionistas del negocio más pequeño (aunque no necesariamente para los del comprador).
Y, en caso de un toma y daca arancelario, las empresas más pequeñas tienden a estar menos expuestas al comercio internacional que las multinacionales. Las dos mayores ganadoras tras las elecciones entre las 1.500 compañías más valiosas de Estados Unidos fueron empresas no especialmente grandes centradas en el ámbito nacional (y en lo que son las pesadillas de los demócratas): GEO Group, que entre otras cosas gestiona centros de detención para inmigrantes, y CoreCivic, un operador privado de prisiones. Ambas se revalorizaron dos tercios en tres días, lo que elevó su capitalización bursátil combinada hasta los 6.000 millones de dólares.

No se sabe con exactitud cuánto acabarán beneficiándose Trump y sus amigos. Elon Musk ha añadido casi 40.000 millones de dólares a su fortuna gracias a la fuerte subida del precio de las acciones de Tesla, un 28% más desde el 5 de noviembre; lo cual no supone un mal rendimiento de los aproximadamente 100 millones de dólares que gastó en ayudar a elegir a Trump. Se avecina una primera prueba para ese bromance. La campaña prometió derogar las normas sobre emisiones. Sin embargo, algunas de ellas permiten a Tesla vender créditos a los fabricantes de automóviles que no fabrican suficientes vehículos eléctricos para cumplir las normas reglamentarias. Según Jefferies, las ventas de créditos representaron el 35% del flujo de caja libre generado por Tesla entre 2019 y 2023 (antes de gastos operativos y de capital). Lo que ocurra ahora será una guía útil de la influencia de Musk sobre la política… y sobre el rendimiento de su imperio comercial.
Las cosas parecen más inciertas, por desgracia, para la matriz cotizada del clon de X creado por Trump, Truth Social. Tras unas oscilaciones salvajes, sus acciones terminaron la semana un 6% más baratas que la mañana siguiente a las elecciones. El día de los comicios, la compañía informó de una pérdida neta de 19 millones de dólares sobre unas ventas de 1 millón. El inmenso poder del presidente estadounidense no es rival para la aritmética.
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Traducción: Juan Gabriel López Guix