El rearme, preparación según el nuevo eufemismo bruselense, arranca con mal pie. En nombre de la democracia y las libertades ocurren cosas que cuestionan esos anhelos. Es mejor no esconder la cabeza bajo el ala y admitir que la militarización y la democracia no han sido nunca buenas compañeras de viaje. Europa sufre un acoso a sus regímenes democráticos, pero mimetizarse con los atacantes no debería ser la alternativa.
Alemania ha dado el pistoletazo de salida al aprobar la derogación del tope constitucional a la deuda para abrir el grifo a la financiación del rearme y subsidiariamente de las infraestructuras del país. La decisión la ha tomado un Bundestag caducado, vencido, no el que representará los resultados de las últimas elecciones generales de febrero pasado. Si se esperaba a su constitución, habría sido mucho más difícil alcanzar la mayoría cualificada requerida de dos tercios dada la oposición de la ultraderechista AfD y de la izquierda de Die Linke. Los dos partidos que han experimentado grandes crecimientos en los últimos comicios. El casi seguro nuevo canciller, el democristiano Friedrich Merz, no parecía muy seguro de los apoyos a su plan.

AfD ya ha saltado hasta el 23% de apoyo en las encuestas, muy cerca de la coalición CDU/CSU (26,7% en las pasadas elecciones) que encabeza Merz, según Euro Intelligence, el boletín de análisis de Wolfgang Münchau. Una amenaza que podría estar en proceso de metástasis en otras partes de Europa. No debería servir de consuelo el argumento de que el fin, el rearme y su urgencia, justifican los medios, saltarse las formas y no auscultar las inquietudes de la ciudadanía.
La sospechosa unanimidad oficial en favor del gasto militar –que por cierto comparten tanto la UE como Donald Trump y Vladímir Putin– abruma a la población, amenaza con empobrecer el debate y sembrar futuras crisis de legitimidad. Y con las prisas no se sabe si de lo que se trata es de arreglarle las cosas a la achacosa industria alemana y francesa o simplemente de una quimérica e imposible huida hacia adelante. Ni Francia es ya una potencia militar, mal que le pese a Emmanuel Macron, ni tal vez Alemania tenga ya posibilidades de encabezar la construcción de un nuevo poder militar europeo independiente. A lo mejor hay que pensar en otras maneras de superar esta crisis.

Un destructor de EE.UU. en la base naval de Rota (Cádiz)
En España, Pedro Sánchez, que no es un entusiasta, estudia las posibilidades de acometerlo sin torcer demasiado sus prioridades económicas y sin tener que pasar por el calvario de la votación en el Congreso. Busca un acomodo con Bruselas. No solo le faltan los apoyos parlamentarios del bloque de la investidura, parte de sus propios votantes no lo verían claro.
Tras judicializar la política, el PP, que pide acceso al jefe del ejército, ¿quiere militarizarla?
Solo le quedaría el pacto con el PP. De momento, la réplica de su presidente, Alberto Núñez Feijóo, alimenta aún más la sospecha sobre las malas relaciones de la carrera armamentística con la democracia. Pide Feijóo acceso directo al general jefe del Estado Mayor. Tras judicializar la política, como hizo el último gobierno de su partido y sigue haciendo ahora desde la oposición, ¿quiere militarizarla?
La Comisión Europea, por su parte, parece empeñada en utilizar cualquier medio, incluso el de la propagación del pánico, para convencer a la ciudadanía de que el incremento del gasto en armamento es la única y urgente solución. Su campaña del kit de supervivencia tiene ribetes de irresponsable manipulación de masas.
Es ya un clásico que la verdad es la primera víctima de las guerras. Habría que añadir que en las fases previas, como la actual, comparte el lecho de muerte con la demoscopia. Abundan las encuestas que aseguran que los ciudadanos europeos apoyan con entusiasmo el rearme. Pero según The Economist, las de YouGov, una empresa de encuestas en línea, en los cuatro grandes países de la UE – Alemania, Francia, Italia y España– la opinión pública es contraria. Tanto si se financia recurriendo a las subidas de impuestos como a recortes del Estado de bienestar o a la emisión de deuda. Algunos ya se han aplicado para convencerles de que deben cambiar de criterio.
Es en sí mismo peligroso el sendero que lleva a la confluencia del discurso de defensa del modelo europeo de libertades y de la democracia con un programa de rearme que atropella procedimientos y desconfía de la ciudadanía. Y que acabará royendo el Estado de bienestar. Es verdad que sus promotores cuentan con el estímulo de los programas de inversión en armas, financiados con deuda, sobre la actividad económica, especialmente en las zonas deprimidas y con fábricas herrumbrosas o vacías. Las últimas víctimas de la desindustrialización. Keynesianismo militar de inciertas consecuencias.
Políticamente, el peligro reside en reeditar lo sucedido en la crisis del 2008 y sus secuelas, verdadera forja del populismo y del giro reaccionario y antidemocrático que ahora está en pleno desarrollo. En aquella ocasión fue la austeridad. Ahora el peligro es reeditarla para un rearme masivo que nadie sabe en qué va a desembocar.
Sospechosa unanimidad oficial en favor del gasto militar: la comparten la UE, Trump y Putin
Son precisamente formaciones de esos espectros políticos populistas las que se presentan ahora como defensoras de la paz y contrarias al rearme. Solo faltaría ayudarles dándole también el estandarte de la preservación del Estado de bienestar. Esperan capitalizar el rechazo futuro de la población a una política de rearme a poco que las cosas vayan mal. Les salió bien tras la Gran Recesión. Ya están en el poder en EE.UU. y a las puertas en Europa. Y reciben ayuda desde la Casa Blanca, que espera que esa internacional reaccionaria disuelva la resistencia europea. Así pues, ¿por qué no van a apostar de nuevo?