
Alaska en Moscú nunca es lo que parece. La península entre el Pacífico y el Ártico es el estado más extenso y septentrional de Estados Unidos, pero hace poco más de siglo y medio pertenecía al Imperio Ruso. Ese pasado común se recuerda en ocasiones como la actual, antes de la cita de los presidentes Donald Trump y Vladímir Putin.
Los medios rusos explican con nostalgia que de los 740.000 habitantes de Alaska hay varios miles que se consideran “rusos”. Y cruzando el estrecho de Bering, hasta Moscú llegan algunas de sus voces. Anna Vérnaya dirige el Centro cultural ruso de Alaska y ha dicho en el canal Rossiya24 que “según datos del estado de Alaska, hay unos 10.000 rusos, porque en algún momento declararon que ese era su origen”.
La idea de recuperar la tierra que vendió Alejandro II surge de cuando en cuando, pero sin fuerza
Andréi Kíbrik, lingüista de la Academia de Ciencias de Rusia, explica en Rossískaya Gazeta que en Alaska se puede oír el ruso entre “un puñado de descendientes” de quienes llegaron en la época de la “América rusa”. También entre los “viejos creyentes” (ortodoxos de rito antiguo) que en los años 80 del siglo XX se mudaron desde otras partes de EE.UU. Y entre los inmigrantes que llegaron tras el fin de la URSS.
Según el periodista y arcipreste Mijaíl Dudkó, casi el 20 % de la población es cristiana ortodoxa. La mayoría desciende de los habitantes autóctonos que convirtieron los misioneros, no de colonos rusos, pues “cuando se vendió Alaska, había menos de mil”.
En momentos como este también se agita otra nostalgia que atiza el discurso más nacionalista, revitalizado con la guerra en Ucrania. Colonia rusa desde el siglo XVIII, el zar Alejandro II vendió Alaska a EE.UU. en 1867 por 7,2 millones de dólares en oro. Desde entonces, de cuando en cuando se criticó la transacción. Es cierto que para Washington fue una ganga. Pero aún no se habían encontrado los ricos yacimientos de oro y otros minerales, además de petróleo; la gestión de la Compañía ruso-americana era deficitaria y Moscú necesitaba el dinero, que usó para sus ferrocarriles. Además, tras la guerra de Crimea en Rusia se temía que si los británicos atacaban sus posesiones de América no podría defenderlas. La venta también suponía ganar un aliado.
En 2022 el presidente de la Duma, Viacheslav Volodin, se refirió a Alaska como un “territorio en disputa”. Pero esta posición, que aparece esporádicamente, es testimonial en Rusia, más que nada porque la península cambió de manos de forma amistosa. En 2014 una jubilada preguntó a Putin sobre la posibilidad de recuperar Alaska. El presidente ruso dijo que no con una pregunta: “Querida, ¿y para qué necesita usted Alaska?”
Posiciones maximalistas también se gastan en EE.UU. El exembajador Michael McFaul ha republicado en X la foto de un cartel que apareció en Krasnoyarsk (Siberia) tras las palabras de Volodin, con el siguiente eslogan: “Alaska es nuestra”. McFaul escribió: “Por si se piensa que las ambiciones imperialistas rusas se acaban en Ucrania”. Pero, como decíamos al principio, no todo es lo que parece. Ya en 2022 se aclaró que se trataba de una campaña de publicidad de una empresa de remolques llamada “Alaska”.