
Donald Trump ha besado esta semana el trasero de la realidad, aquel punto en el que muere la espalda y comienza el riesgo de una grave recesión económica. El presidente de Estados Unidos ha pausado su principal línea de ataque antes de cumplir tres meses en el cargo. Una significativa capitulación, veinticuatro horas después de anunciar, de modo muy chabacano, que gobernantes de muchos países del mundo le estaban ‘besando el culo’, asustados por los aranceles. Tiempos grotescos. Tiempos increíbles.
La realidad sigue existiendo aunque el desarrollo tecnológico y la sed de fantasía de los hombres poderosos sea capaz de fabricar y difundir múltiples ‘versiones’ de lo real. En la economía capitalista la última frontera de la realidad es el mercado. Y esta semana los mercados le han dicho a Estados Unidos que la guerra comercial a todos gas estaba encareciendo la deuda pública con el consiguiente riesgo para la estabilidad de su economía. Estados Unidos está demasiado endeudado como para poner en jaque sus relaciones comerciales con casi todos los países del mundo de manera simultánea. Por eso Trump ha tenido que frenar y besar el trasero de una bailarina llamada Realidad.
Esa capitulación va a tener consecuencias, aunque la industria del espectáculo político siga trabajando como si nada hubiese ocurrido. El personaje Trump se ha devaluado. El trumpismo se está devaluando. Y emerge la sospecha de que el presidente y su entorno pudieron utilizar la bestial montaña rusa de los aranceles para enriquecerse. Sabían en qué momento debían comprar en un mercado bursátil noqueado, porque sabían lo que vendría después, cuando empezaron a sonar todas las alarmas. Insider trading. Posible uso delictivo de información privilegiada. Si estas sospechas se confirmasen estaríamos ante un estreno verdaderamente salvaje de la nueva presidencia norteamericana.
La Unión Europea sale fortalecida de esta delirante situación. Sale momentáneamente fortalecida. Deberemos usar siempre el condicional a partir de ahora. La UE ha sabido preservar su unidad interna durante estas semanas de vértigo. No se ha roto su unidad de acción en el momento más crítico. El Consorcio –así denominada Trump a la UE- es más fuerte de lo que aparenta. Otras veces ya lo ha demostrado. Nadie ha perdido los nervios, ni nadie ha caído en la tentación de buscar una negociación bilateral con el gobierno de los Estados Unidos sobre los aranceles. ¿Nadie? Esta semana próxima lo sabremos.

Esta semana que viene lo sabremos, puesto que la primera ministra italiana visita la Casa Blanca y algunos gobiernos europeos, sobre todo la presidencia de la República Francesa, tienen la mosca detrás de la oreja. ¿Viajará Giorgia Meloni a Washington para negociar un trato de favor para su país, en detrimento de la unidad de acción de la UE? Ella jura que no. Desde hace días el entorno de Meloni viene explicando a los principales diarios italianos que la primera ministra habla cada día con Ursula von der Leyen para ponerle al corriente de los preparativos del viaje. No será la enviada de la UE, pero de alguna manera acudirá a Washington como enviada oficiosa de la UE. Ese es el mensaje que transmiten desde Roma.
Ese viaje de Meloni a la Casa Blanca presenta un delicioso paralelismo con la visita que Pedro Sánchez acaba de efectuar a China y Vietnam. El entorno del presidente español también hizo saber a la prensa que el viaje estaba siendo preparado en continuo contacto con la presidencia de la Comisión Europea. Sánchez no viajaba a Pekín como delegado de la UE, pero estaría muy cerca de ese papel. El viernes por la mañana, unas horas después de concluir el coloquio del presidente Xi Jinping con el presidente español, China elevaba los aranceles a los productos de Estados Unidos hasta un 125%, como respuesta la subida de tarifas ordenada el día anterior por Trump. Pedro Sánchez Pérez-Castejón siempre podrá contar a sus descendientes que se reunió en Pekín con el más alto dignatario chino el día en que estalló la gran guerra comercial entre las dos potencias económicas del planeta.
Von der Leyen se ha encontrado con dos ‘viajantes’ del sur de Europa que le han reclamado el paraguas azul de la UE para afrontar dos visitas de Estado delicadas. Dos ‘embajadores’ voluntarios, dispuestos a viajar a Pekín y Washington en el momento más crítico. Italia intenta tejer una interlocución privilegiada con Trump para ganar singularidad, para hacerse valer. España cultiva más que nunca las relaciones comerciales con China, para mantener en pie una excepcional tasa de crecimiento económico.
Hace seis años no era este el juego. Es interesante recordarlo. Pronto hará seis años, España rechazó la oferta china de adherirse a la Nueva Ruta de la Seda, ofrecimiento que sí aceptó el gobierno italiano, entonces presidido por Giuseppe Conte, al frente de un efímero gobierno de coalición entre el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga Norte. Sánchez acababa de ganar la moción de censura a Mariano Rajoy. El rechazo a la oferta china fue la primera decisión importante del nuevo presidente socialista español en el ámbito internacional. Sánchez sabía entonces que esa adhesión sería considerada ‘casus belli’ por Estados Unidos. 2018: primera presidencia de Donald Trump. Efectivamente, los gobernantes estadounidenses se enfurecieron al saber que Italia, un país que consideran fundamental para lo equilibrios geopolíticos en el Mediterráneo, había firmado un memorando de adhesión a la Nueva Ruta de la Seda, el principal proyecto estratégico chino para el siglo XXI. La gestión de los puertos es una de las prioridades de la Nueva Ruta. Después de obtener el control del puerto de El Pireo (Atenas), China tenía los ojos puestos en Trieste, antiguo puerto del Imperio Austro-Húngaro, desde el cual se puede acceder rápidamente al centro de Europa. Estados Unidos ha presionado fuertemente para deshacer esa asociación.
Podríamos decir que algunos de los principales episodios de la política italiana en el último quinquenio han girado alrededor de la posición geopolítica del país. Conte quiso cultivar una relación especial con China y Rusia. En el momento más duro de la epidemia, pidió ayuda a ambos países. China envió a Roma un grupo de médicos que habían atendido la epidemia en el epicentro de la provincia de Wuhan. Rusia desplazó por vía aérea un batallón especializado en lucha bacteriológica que se movió por Italia a bordo de convoyes militares. Mientras eso ocurría, el Gobierno español pedía material médico a la OTAN. Finalmente, las presiones estadounidenses surgieron efecto. Conte cayó, se formó un gobierno de concentración nacional y el nuevo primer ministro, Mario Draghi, congeló el acuerdo con China y dejó claro que Italia debía seguir siendo un país rigurosamente atlantista. Meloni ha seguido por esa senda y ha anulado la adhesión de Italia a la Nueva Ruta de la Seda, ante el enfado de Pekín.

Sánchez ha viajado a Pekín en busca de inversiones, aprovechando la deserción italiana. Quiere seguir alimentando la caldera del crecimiento español. Podía haber suspendido el viaje a medida que la situación internacional se complicaba, pero lo ha mantenido para mostrar también músculo político. Más relación con China, sin adherirse a la Nueva Ruta de la Seda. Más relación con China, sin abandonar la búsqueda de una buena relación con Estados Unidos. En Washington, ese viaje no ha gustado. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, así lo hizo saber el pasado miércoles. “Acercarse a China es como ponerse un cuchillo en el cuello”. Veremos si hay más avisos en los próximos días. Sánchez ha arriesgado, actuando como ‘adelantado’ de la UE en un terreno muy delicado.
España crece por encima del 3%, Italia no supera el 0,7%. Meloni no puede recurrir ahora China y busca consolidarse como el puente más sólido entre Europa y Washington. Muy posiblemente en su próxima visita a la Casa Blanca, Meloni se ofrecerá a Trump como baluarte de un frente ‘anti-chino’ en Europa. Su relación con Sánchez no es buena. Una correcta frialdad compartida por ambos.
Puente con Pekín. Puente con Washington. Los dos gobiernos parecen orientados a la colisión. Sin embargo, en estos momentos tienen un punto en común: ambos son muy cautos ante la consigna de ‘rearme’ lanzada desde Bruselas, París, Berlín y Varsovia. En las últimas semanas, tanto Meloni como Sánchez han pedido a Ursula Von der Leyen, por vías distintas, que los documentos de la Unión dejen de utilizar la palabra ‘rearme’