
El PSC y los Comunes han acordado duplicar el impuesto conocido popularmente como “tasa turística” la misma semana que el Gremio de Hoteles de Barcelona ha presentado los resultados del año 2024. Esta coincidencia permite poner de manifiesto que este aumento, lejos de suponer un atentado contra nuestro turismo de sol y playa, representa una oportunidad de oro para sacarlo de la mediocridad en la que está instalado.
Consideramos primero el caso de Barcelona. Cuando la tasa fue introducida, el 2012, a los hoteleros les iba muy bien. Ahora, aunque la tasa ha ido aumentando y se le ha sumado un recargo por parte del Ayuntamiento, las cosas les van muchísimo mejor. El precio por habitación (que el cliente paga aparte de la tasa) ha subido persistentemente hasta ponerse al frente de los hoteles españoles y la ocupación no merma, por lo que los ingresos están en récord. ¿Por qué? Por una sencilla razón: porque los sucesivos ayuntamientos han limitado la capacidad turística de la ciudad muy por debajo de la que los empresarios, si se lo hubieran permitido, hubieran puesto en oferta. Entre otras cosas, esta limitación permite que, en Barcelona, incluso en temporada baja, los hoteles tengan más de un 60% de ocupación. A cuatro años vista, y pese al aumento impositivo ahora acordado, las cosas les irán aún mejor una vez que se liquiden las 10.000 VUT que hoy les hacen la competencia. Lo mejor que pueden hacer, pues, es callar y dejar hacer.
Se debe dedicar a reducir la capacidad de nuestro turismo de sol y playa
La situación es radicalmente diferente en Salou, en Lloret y en toda la costa, donde los precios de las habitaciones son una tercera parte y sólo se llenan unos pocos meses al año. ¿Tienen razón estos hoteleros de lamentar el aumento de la tasa? No.
Lo que deben hacer estos hoteleros es exigir que el importe se dedique a lo que más necesitan ellos, sus sufridos vecinos y los catalanes en general: reducir la capacidad de nuestro turismo de sol y playa. Se trata de que los ayuntamientos compren hoteles y bloques de apartamentos para transformarlos en espacio público y vivienda permanente. Se trata de que la planta turística –como en Barcelona– no esté dimensionada para la punta de agosto, sino para la demanda de mayo, que es, aproximadamente, aquella para la que podemos disponer de personal mínimamente cualificado.
Todos saldremos ganando: el erario público dejará de tener que mantener una masa de trabajadores ociosos una parte importante del año, los hoteleros podrán mejorar las negociaciones con los turoperadores y empezar a ganar dinero en serio, y los turistas tendrán una experiencia más agradable.
Algunos pusilánimes lamentarán el encarecimiento del turismo de sol y playa catalán. Ignorémoslos. Necesitamos que nuestro turismo –tan importante cuantitativamente– pague buenos salarios y deje de generar un paro estacional tan enorme. El aumento de la tasa turística proporciona los recursos para conseguirlo.