¿Tecnología acelerada No

El cambio tecnológico se está acelerando”, oigo en un simposio. Se está hablando de la Inteligencia Artificial (IA), pero es una frase que, en uno u otro contexto, he ido oyendo desde pequeño.

No por más repetida, sin embargo, la frase deja de ser falsa. En realidad, el cambio tecnológico se está desacelerando.

La idea de que la IA nos proporcionará una etapa de abundancia se basa en premisas equivocadas

Consideramos el caso de mi abuelo Puig, que nació en 1888 en el seno de una familia lo suficientemente acomodada como para que su padre nunca tuviera que trabajar a pesar de tener 12 hijos. En su mundo no había ni agua corriente, ni electricidad -ni, por tanto, electrodomésticos-, se cocinaba con leña o carbón y los desplazamientos se hacían a pie o en carro. A su muerte –en 1974– estaba familiarizado con la luz eléctrica, la lavadora, el frigorífico, la cocina de gas, el teléfono, los antibióticos, el automóvil y el avión.

Consideramos ahora mi caso. A lo largo de mi vida se habrá pasado a la domiciliación bancaria de los suministros que ya tenía mi abuelo, se habrá substituido la bombilla incandescente por el LED, el gas por la inducción, el teléfono fijo por el móvil y, eso sí, se habrá introducido internet.

Es obvio que el cambio tecnológico fue mucho más trascendental en la vida de nuestros abuelos que en la nuestra. A esta misma conclusión llegaba Robert J. Gordon en su monumental examen sobre las innovaciones tecnológicas en EE.UU. (“The rise and fall of American Growth”), donde concluía que el cambio radical en el nivel de vida tuvo lugar entre 1870 y 1970, y que la evolución posterior se ha centrado en el entretenimiento y la información.

La idea de que la IA puede proporcionarnos una etapa de abundancia comparable a la que proporcionó la Revolución Industrial se basa en dos premisas equivocadas. La primera, que la IA es inteligente. La IA imita la inteligencia, pero no la emula, por lo que los algoritmos son incapaces de llegar a conclusiones nuevas a las que llegaría un niño de pocos años al que se le hubiera suministrado mucha menos información, y la esperanza de los expertos es que la inteligencia aparezca de algún modo desconocido como una propiedad emergente a partir de estructuras que la imitan. De hecho, la propia denominación fue una táctica de los investigadores involucrados para atraer recursos financieros.

La segunda premisa equivocada es que el progreso material del que disfrutamos es consecuencia exclusiva de la inteligencia humana (esta es la base de los dos volúmenes de Sala y Martin sobre el tema). En realidad, es consecuencia de la aplicación de la inteligencia a las fuentes de energía barata -o sea, fósiles- que hemos encontrado en la Tierra. En la medida en que hemos decidido prescindir de ellas deberemos renunciar al crecimiento de la abundancia material.

Creo que es razonable vislumbrar un futuro con más terapias, más robots y más experiencias virtuales, pero no más abundancia material. No es poco, sin duda, y, por tanto, no es necesario exagerarlo.

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