¿Todos a casa

Para nuestra Unión Europea, momentos decisivos los actuales. Y ello por varías y muy diversas razones: en lo geopolítico, temores a la redefinición de relaciones con EE.UU., conflicto con Rusia y difíciles equilibrios con China; en lo político, choques entre la Comisión y Alemania; en lo económico, angustia por cerrar los retrasos en competitividad, innovación y defensa. Y aunque no hay tema menor, déjenme centrar mi comentario en los dos últimos: el de quién manda realmente en la UE y el de cómo financiar la inversión necesaria para recuperar el tiempo perdido.

Estos últimos meses estamos asistiendo a un evidente pulso entre Von der Leyen y el canciller alemán, Friedrich Merz: se trata de un choque entre las pretensiones federalizantes de la presidenta de la Comisión y la nacionalista visión del canciller alemán. Las primeras chispas emergieron con la negativa germana a validar la propuesta de la Comisión de ampliación, de 1,2 a 2 billones de euros, del presupuesto comunitario 2028-34; más adelante, surgieron severas críticas al sistema de negociación con Trump y, en particular, a sus resultados para la industria alemana; también en defensa Merz ha manifestado su oposición a que la Comisión decida nada en absoluto; y, finalmente, no apoya la propuesta de Von der Leyen de retirar algunos privilegios comerciales a Israel. Primeras señales de un giro sustancial en la gobernanza europea.

Los signos de los tiempos están ahí y la suerte parece echada: el nacionalismo regresa

Sumen a lo anterior la avalancha de normas para dar salida a las propuestas formuladas por Draghi: un marasmo de siglas, pactos, acuerdos, convenios o iniciativas que abruma. Pero de todos ellos emerge un elemento común: la manifiesta insuficiencia financiera de la UE para cerrar el gap innovador, mejorar la competitividad, impulsar una economía verde e incrementar la seguridad. Los recursos, si los hay, serán nacionales, con una parcial excepción para la defensa. Ahí la Comisión emitirá 150.000 millones para créditos, a devolver, aunque ello implique mayor nivel de deuda pública para los países solicitantes; y, por si no fuera bastante, acentuación de la vocación nacional: reemergencia de la cláusula de escape por la que los gobiernos podrán saltarse el límite de déficit público del Pacto por la Estabilidad y gastar un 1,5% de su PIB anual los próximos años en defensa, hasta totalizar los 800.000 millones que la Comisión estima precisos.

El rumbo de esta Unión nos trae a la memoria la película de Comencini (1960) sobre el final de la II Guerra Mundial: Todos a casa . ¿Todo se deshilacha? Quizás no, quizás estemos presenciando la última mutación del proyecto común: de una propuesta federal a otra bajo la égida alemana, donde cada socio defienda sus intereses. Los signos de los tiempos están ahí y la suerte parece echada: el nacionalismo regresa. No es lo que esperábamos. No es más que otro de los mitos que se derrumba.

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