Trabajos de Netanyahu

El primer ministro Benjamin Netanyahu suele justificar la matanza que viene perpetrando desde hace más de año y medio en Gaza por la necesidad de que Israel, dice, “acabe el trabajo”. Más allá de la banalización del mal implícita en el hecho de calificar como “trabajo” los bombardeos indiscriminados perpetrados por uno de los ejércitos más poderosos del mundo –unos bombardeos en los que, por lo demás, la justicia internacional advierte presuntos crímenes de guerra y genocidio–, lo cierto es que la imprecisión misma del término “trabajo” permite que Netanyahu evite llamar por su nombre las estrategias seguidas contra Gaza y, en general, contra los palestinos.

Por “trabajo” puede entenderse, a tenor de las palabras de Netanyahu, que Israel renuncia a seguir utilizando a Hamas como instrumento de ruptura de la Autoridad Palestina salida de los Acuerdos de Oslo, según vino haciendo hasta fecha no tan lejana. El monstruo terrorista del que Netanyahu quiere deshacerse en el 2025 es el que los servicios de Israel han venido alimentando bajo cuerda desde el 2008. El objetivo inicial de este “trabajo” era que la Franja quedase políticamente aislada de Cisjordania, colocando al frente de su administración a un grupo que, una vez censado como terrorista, permitiría extender esa calificación a la totalidad de los gazatíes. Si Gaza está administrada por terroristas, viene a decir Netanyahu, nadie es inocente en Gaza: ni los niños son niños ni las víctimas, civiles. Son figurantes teatralmente dispuestos como escudos humanos mientras Hamas ataca a Israel, que, como víctima subrogada del holocausto, un crimen imprescriptible, sólo se defiende, incluso cuando ataca.

Netanyahu:

El primer ministro de Israel, Beniamin Netanyahu

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Es verdad que para acabar el “trabajo” en este primer sentido habría bastado no comenzarlo, ahorrando decenas de miles de víctimas palestinas y también israelíes. Pero, en ese caso, Netanyahu no habría estado en condiciones de utilizar el término “trabajo” en un segundo sentido que esconde, a su vez, una segunda estrategia, la estrategia de anexionar Gaza. Cuando Netanyahu habla de “acabar el trabajo” es también de esto de lo que habla, de anexionar Gaza. Como “trabajo”, un ejército tan poderoso como el de Israel podría acabarlo en cualquier momento. Pero le resultaba más fácil hacerlo una vez separada Gaza de Cisjordania y extendida la calificación de terroristas a todos los gazatíes. Porque acabado el “trabajo” en este primer sentido, anexionarse Gaza se convierte en poco más que un paseo político y militar para Israel en el segundo: ni la Autoridad Palestina está en posición de reclamar derechos territoriales sobre Gaza, puesto que, para Netanyahu, los perdió a manos de Hamas, ni la limpieza étnica que se dispone a perpetrar sería tal porque ¿cómo puede la insomne vileza del antisemitismo calificar de limpieza étnica una operación de seguridad tan necesaria como exterminar o deportar a unos terroristas que desean la destrucción de Israel?

Pero aún quedaría un último sentido del término “trabajo” empleado por Netanyahu. Es el “trabajo” impuesto por una utopía política para la que Palestina y los palestinos son sólo un accidente que se interpone con irritante obstinación entre el mito de un reino bíblico perdido y su refundación contemporánea, según el plan trazado por un periodista austríaco, Theodor Herzl, en el volumen titulado El Estado judío, de 1896. La tesis colonialista según la cual la religión debía ser el factor determinante en la delimitación de las fronteras y la subsiguiente construcción nacional de los pueblos que se liberaban del colonialismo llevó, en el caso de Palestina, a que la metrópoli británica decidiera poner en pie de igualdad derechos distintos sobre un mismo territorio: el derecho de los palestinos, entre los que había cristianos, musulmanes y judíos, y el de una utopía política que, al igual que la que pretendió crear en Rusia una patria para los proletarios del mundo, se proponía crear en Palestina otra para los judíos.

Netanyahu desea extender Israel a la totalidad del territorio de Palestina, culminando la utopía política del sionismo

Hasta que Netanyahu llegó al poder, los sucesivos líderes de Israel se abstuvieron de extender la patria de los judíos a la totalidad del territorio de Palestina, conscientes de que ese objetivo de máximos sólo se podía alcanzar mediante la limpieza étnica o el exterminio. Ese es, por el contrario, el tercer sentido del “trabajo” que Netanyahu desea acabar: extender Israel a la totalidad del territorio de Palestina, culminando la utopía política del sionismo. El coste para los palestinos está a la vista, y es estremecedor. El coste para los israelíes no tardará en aflorar y será también estremecedor, pero por otro motivo. Más temprano que tarde, los israelíes tendrán que dirimir entre ellos la terrible culpa colectiva que, participando o consintiendo, están asumiendo frente a los palestinos, arrastrados por los trabajos de Netanyahu. Es una culpa que como judíos conocen bien desde el lado de la víctima, pero que ahora tendrán que asumir desde el lado del verdugo.

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