Tras Gaza, ¿la hora de Ucrania

El alto el fuego en Gaza puede que tenga un futuro incierto, pero ha supuesto todo un éxito diplomático para Donald Trump. Animado por ese logro, el presidente estadounidense quiere cerrar ahora el otro gran conflicto que capta la atención internacional: la guerra de Ucrania.

“Tenemos que resolver el problema de Rusia. Centrémonos en Rusia”, dijo el republicano el pasado lunes durante su comparecencia en el Parlamento israelí, en unas palabras dirigidas a Steve Witkoff, el hombre que, además de representar a EE.UU. en Oriente Medio, se encarga de negociar con el Kremlin.

Trump tiene prisa por poner fin a una guerra que prometió solucionar en 24 horas –al igual que la de Gaza–, y por eso mañana celebrará un encuentro en la Casa Blanca con el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, para abordar una de las demandas más insistentes de Kyiv: el envío de misiles Tomahawk. Con estos proyectiles de fabricación estadounidense, que pueden llegar a recorrer entre 1.600 y 2.500 kilómetros, el ejército ucraniano sería capaz de golpear casi cualquier punto de la Rusia europea. El acceso a este armamento, piensan Zelenski y muchos analistas, podría alterar el curso de una guerra que hoy parece estancada.

Trump tiene la última palabra en esta cuestión, y en los últimos días ya ha insinuado que está dispuesto a acceder a la petición de Zelenski. De hecho, ayer una delegación ucraniana mantuvo un encuentro con representantes de Raytheon, la empresa que fabrica los Tomahawk –y también los sistemas de defensa Patriot, que ya hace tiempo que utiliza Ucrania–. Todo esto ha causado alarma en Moscú, que ha advertido de que la entrada en escena de los misiles –cuya adquisición sería financiada por la OTAN– supondría una peligrosa escalada. “Puede acabar mal para todos”, ha dicho el expresidente ruso Dimitri Medvédev, uno de los halcones más agresivos del Kremlin.

Medida de presión

Con los Tomahawk, Trump puede contar con una nueva herramienta para empujar a Putin a la mesa de negociación

Si Trump finalmente da el visto bueno al envío de los Tomahawk a Ucrania, certificará con hechos el giro retórico que dio en su última reunión con Zelenski, el pasado 23 de septiembre, en la Asamblea General de la ONU. En aquel encuentro, el republicano dijo por primera vez que Ucrania tenía opciones de ganar a Rusia, y que incluso podía recuperar todo el territorio perdido. Todo un cambio respecto a la línea que el magnate había seguido hasta entonces. Desde su regreso a la Casa Blanca, Trump se había mostrado complaciente con Vladímir Putin, creyendo que de esa manera podría arrastrarlo a un acuerdo de paz. Pero el presidente ruso aprovechó la afabilidad de Washington para seguir arañando metros de terreno en Ucrania. Ni siquiera la alfombra roja desplegada en la cumbre de Alaska sirvió para avanzar hacia el cese de las hostilidades.

Con la entrega de los Tomahawk, Trump puede contar con una nueva herramienta para empujar a Putin a la mesa de negociación. Pero Rusia no es Israel: el presidente estadounidense pudo obligar a Beniamin Netanyahu a aceptar el alto el fuego en Gaza porque el Gobierno israelí depende del soporte de Washington. En cambio, la Casa Blanca apenas tiene capacidad de influencia sobre el Kremlin. La amenaza de las sanciones no ha funcionado, Moscú sabe que China siempre estará dispuesta a echarle una mano. Está por ver si una mayor implicación de EE.UU. en el ámbito militar puede tener un impacto.

Mientras, la guerra sigue: a las puertas del invierno, Rusia se está centrando ahora en dañar la infraestructura energética ucraniana, con constantes ataques con drones sobre centrales eléctricas e instalaciones de gas. Ayer, por ejemplo, varias zonas de la región central de Dnipropetrovsk se quedaron sin luz. Y el Kremlin no da señales de pisar el freno. Todo lo contrario, Hace dos semanas, el portavoz del Ejecutivo ruso, Dimitri Peskov, aseguró que Moscú no contempla el fin de su ofensiva. “No tenemos otra alternativa”, dijo. Justo lo último que quería oír Trump.

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