
Hafiza Osuly, de 65 años, es madre de seis hijos. Profesora universitaria de ciencias y activista feminista durante toda su vida, tuvo que huir de Afganistán en el 2021 cuando los talibanes retomaron el control político y territorial del país. No lo hizo sola. Tuvo la suerte de escapar acompañada de su hija T., también activista y profesora, que prefiere mantener el anonimato, y su sobrino Kaul, de 10 años y gran aficionado del Barça. Cinco años después, los tres han conseguido asentarse en el pequeño pueblo de Ordis (Girona). Viven del salario de T., que trabaja en una fábrica, y del apoyo de diversas asociaciones. Comparten una única habitación en un altillo.
Su sueño es volver algún día a Afganistán con toda la familia. Pero son conscientes de que, al menos a medio plazo, es imposible. Por eso ahora luchan por reencontrarse aquí. El mayor obstáculo: el Estado español no responde a la solicitud de asilo para dos de los hermanos de T., que actualmente sobreviven en Pakistán. Allí, amenazados constantemente con ser deportados, afrontan la posibilidad, muy real, de caer en manos de los talibanes. “Si vuelven, van a la cárcel. No puedes preguntar ni dónde están”, denuncia T.
Tener que escoger entre el activismo o una vida sometidaal régimen nunca fue una opción para Hafiza
Pakistán ha sido durante años un país de acogida para miles de refugiados afganos, especialmente chiíes. Pero en los últimos meses las tensiones entre ambos países han escalado, y el Gobierno pakistaní ha intensificado las deportaciones. “Cada mes tienen que renovar su visado. Es muy caro. A mi hermano lo cogieron en casa y le pidieron dinero solo por ser afgano. Lo soltaron después de pagar”, cuenta T., visiblemente agotada.
Tener que escoger entre el activismo o una vida sometida al régimen nunca ha sido una opción para Hafiza. Y hoy esa decisión pesa sobre el destino de toda su familia. La burocracia les mantiene en un abismo. En el 2021, Hafiza solicitó la reagrupación familiar, pero, como explica su hija, “anularon la entrevista y desde entonces no tenemos ninguna respuesta”. Tres años esperando. “Hicimos todo con papeles, incluso con abogado, pero es muy difícil. No contestan”. Las autoridades españolas no han dado explicaciones. “Yo he mandado todo mil veces. He pedido ayuda. Y ellos no pueden ni acercarse a la embajada porque no hay citas. No pueden hacer nada”.
La vida de Hafiza en Afganistán distaba mucho de la precariedad actual. “Teníamos una casa de cuatro pisos. Mi madre era profesora, todos estudiábamos. Teníamos trabajo, respeto”, recuerda su hija. Hafiza era una figura reconocida: “Cada mes tenía entrevistas con medios como la BBC o The National . Siempre hablaba de mujeres, de los talibanes… Y eso nos marcó. Luego vinieron las amenazas, las preguntas a mis hermanas. ‘Por qué habla tu madre, por qué hace esto’”.
Desde que llegaron comparten una única habitación. La hija de Hafiza trabaja a jornada completa. “Con mi sueldo vivimos tres personas. Ayudar a pagar un abogado cuesta mucho. A veces enviamos algo a mis hermanos, 40 o 50 euros, pero es muy poco. Y ellos no pueden trabajar en Pakistán porque saben que son afganos”.
Hafiza lleva el peso del destino de sus hijos como una cruz. “Mi madre se siente responsable. Dice que están sufriendo por ella. Mi madre ha pasado toda su vida sin comer bien, sin vestirse bien, para que nosotros estudiáramos. Ahora ve que sus hijos no tienen futuro y no puede hacer nada”, expresa su hija. Adaptarse no ha sido fácil, pero agradecen mucho la acogida en el pueblo y en Catalunya. “La gente de Ordis ha sido muy amable”, dice T. con una sonrisa.
“Solo queremos estar juntos –añade Hafiza–. No pedimos más”. La petición al Estado español es clara: que se resuelva de forma urgente la solicitud de asilo para sus hermanos. Porque cada día que pasan en Pakistán es un día más de angustia, precariedad y riesgo.