Sanae Takaichi es una política de 64 años y muy de derechas que sin embargo tocaba la batería en un grupo de heavy metal. Bastaría para desorientar a cualquiera, por lo que el aire algo desorientado de Donald Trump, este martes en Tokio -agravado quizás por el jetlag- está excusado. Como se le perdonaron en la tarde de ayer sus repetidos y campechanos toques en la espalda al emperador de Japón, Naruhito, al poco de aterrizar.
Hoy era la primera ministra Sanae Takaichi quien una y otra vez le indicaba al presidente estadounidense la dirección a seguir en el palacio de invitados de Akasaka. Aunque la brújula de Tokio, al fin y al cabo, hace 80 años que marca la dirección de Washington. De reforzar el “made in USA” se habla estos días en Japón y se seguirá hablando, el jueves y el viernes en Corea del Sur. Una dramática muestra de cómo han cambiado las tornas, después de que Estados Unidos abriera sus mercados a estos países en los años cincuenta y catapultara su industrialización.
El acuerdo sobre tierras raras y minerales críticos firmado por Trump y Takaichi intenta compensar el dominio de China. Es un interés compartido objetivo. Más discutible es el compromiso arrancado en julio por Trump al anterior primer ministro Shigeru Ishiba, para que las empresas japonesas inviertan 550.000 millones de dólares en EE.UU., en siete áreas clave, incluidas las citadas tierras raras, los semiconductores, la energía o la Inteligencia Artificial.
Un compromiso que entra en flagrante contradicción con el libro mercado y la libertad de empresa, bajo la amenaza de aplicar aranceles del 25% a los productos japoneses. La aparente sumisión japonesa habría logrado su reducción al 15%. Pero su traslación a la práctica es problemática y Takaichi podría intentar modular el importe y los plazos de aquel “Acuerdo hacia una Nueva Edad Dorada de la Alianza EE.UU-Japón”. Eso sí, sin escatimar ningún dorado -tan del gusto de Trump- en el salón donde se han firmado los nuevos acuerdos, para mayor empaque, con plumas de oro.
Asimismo, la revisionista Takaichi -a quien China ni siquiera ha felicitado por su investidura, a diferencia de lo que hizo con su antecesor- se ha apresurado a presentar sus credenciales ante el presidente de EE.UU.: Japón dedicará el 2% de su PIB a Defensa a partir de abril, dos años antes de lo previsto. Esto sigue estando muy lejos del objetivo del 3,5% que le ha marcado Washington, pero es un principio. No menos importante es el plan del gobierno nipón de eliminar las cláusulas que coartan las exportaciones de su industria de Defensa, hasta ahora limitadas a material no letal.
Sanae Takaichi como cicerone de Donald Trump en el palacio de Akasaka, Tokio.
Japón exportará armamento a corto plazo -una mala noticia para sus competidores estadounidenses. Japán contará también en breve con un ejército digno de tal nombre, que deje de esconderse detrás de la etiqueta de posguerras de “equipos de autodefensa”. Así será siempre que esté alineado a la estrategia en Asia del Pentágono, cosa que podría bastar para tranquilizar -o no- a algunas de sus víctimas históricas, como Corea del Sur, Filipinas, Malasia o Indonesia.
Pero que le coloca en trayectoria de colisión con la República Popular de China. Desde los tiempos del malogrado Shinzo Abe -mentor de Sanae Takaichi- el objetivo de la derecha japonesa es enterrar el pacifismo inscrito en la Constitución (de factura estadounidense, dicho sea de paso). La cláusula que prohíbe la intervención fuera de sus fronteras deberá ser derogada, cuando se trate de proteger “objetivos colectivos”.
Muchos japoneses consideran que eso abonaría la utilización de soldados japoneses como ariete de Estados Unidos en su pugna con China. Algunos de estos japoneses críticos se manifiestan estos días contra la visita de Trump, que se desarrolla bajo extraordinarias medidas de seguridad (un vigilante fue apuñalado frente al hotel de la comitiva presidencial).
Los planes gubernamentales de derogación del pacifismo -y su dependencia de la turbia facción de Taro Aso- ya le costaron al Partido Liberal Democrático (PLD) la ruptura de los budistas de Komeito, socios de coalición durante más de un cuarto de siglo.
Donald Trump se ha reunido finalmente con familiares de japoneses secuestrados por Corea del Norte durante la guerra fría. A varios de ellos ya los conocía de su anterior mandato.
Como no hay mal que por bien no vengo, esto propició un cambio de pareja de baile, allanando la investidura de Takaichi gracias a los neoliberales del Partido de la Innovación, mucho más abiertos a un programa de rearme.
Asimismo, quien quedó segundo en la reciente pugna interna por el poder en el PLD, Shinjiro Koizumi, ha sido premiado con el ministerio de Defensa. No en vano, su padre, el exprimer ministro Junichiro Koizumi fue quien en 2004 rompió el tabú de enviar tropas al extranjero, en auxilio de la ocupación estadounidense de Irak, sin mandato de la ONU.
Donald Trump volverá hoy brevemente a pisar territorio soberano de EE.UU., al volar en helicóptero hasta el portaaviones USS George Washington, fondeado en la base naval estadounidense de Yokosuka. Koizumi, por cierto, es el diputado de dicha prefectura, en un país en el que estas cosas, desde hace ochenta años, nunca se dejan al azar.
El emperador (a la derecha) Naruhito de Japón, con el poco protocolario presidente de EE.UU. Donald Trump
A diferencia de lo que sucede con Brasil, castigado con un arancel del 50% –ahora en revisión gracias a la mano izquierda de Lula– la balanza comercial con Japón es claramente deficitaria para EE.UU.. Una empresa privada, Toyota, ya se ha ofrecido a echar una mano para corregirlo, importando sus propios coches fabricados en Japón. Un designio imperial sin relación alguna con la racionalidad empresarial y no digamos ecológica. Mientras tanto, el único emperador realmente existente, Naruhito, ayer tuvo a bien conversar afablemente en el Palacio Imperial -35 minutos, con el beisbol como tema estrella- con el más inflamable de sus huéspedes.
El periplo asiático de Donald Trump, que arrancó el domingo en Malasia, tendrá como principal hito su encuentro previsto este jueves en Corea del Sur con Xi Jinping, presidente de China. El único país que, gracias a sus bazas, ha respondido en especie a cada uno de los órdagos de Trump. El resultado de esta táctica negociadora, en las antípodas de la claudicación o del apaciguamiento de otros, se sabrá en breve.
Diplomacia del béisbol
Ambos mandatarios retrasan su comparecencia para ver en TV el partido entre Los Ángeles Dodgers y los Blue Jays
A Donald Trump puede recriminársele que confunda la diplomacia con un bate. Pero no será Sanae Takaichi quien lo haga. La primera ministra japonesa se justificó ante la prensa por la tardía comparecencia de ambos por una causa de fuerza mayor: tenían que ver por televisión el partido de béisbol entre los Blue Jays y Los Ángeles Dodgers, donde juega el japonés Shohei Ohtani, mejor jugador de la liga estadounidense durante los últimos tres años. La ocupación estadounidense reforzó la popularidad del béisbol en el archipiélago, como antes había hecho en Cuba. El chovinismo iba a estar aún más repartido a la hora del menú, con recetas de Nara, la ciudad natal de Takaichi, con “arroz de los Estados Unidos”.
