
Para Donald Trump, la victoria de Javier Milei en las elecciones legislativas argentinas no se explica sin la intervención de EE.UU.
“Tuvo mucha ayuda por nuestra parte”, dijo ayer desde el Air Force One, mientras se dirigía hacia Japón. “Le di un respaldo muy fuerte”, agregó. No era una exageración. A las puertas de los comicios, el presidente estadounidense le prometió a su homólogo argentino un rescate de 20.000 millones de dólares. Una medida inédita, muy cuestionada en EE.UU., que tenía como indisimulado objetivo influir en el resultado de las urnas.
El interés de Trump por apuntalar a Milei en el poder no obedece solo a las afinidades ideológicas entre ambos líderes. Responde también a una cuestión geopolítica.
En su segundo mandato, el republicano está tratando a Latinoamérica como el patio trasero de EE.UU. Un lugar que puede reordenar a su antojo, y que debería estar a salvo de las garras de otras potencias –básicamente, China, primer socio comercial de muchos países de la región–. Se trata, en definitiva, de la resurrección de la doctrina Monroe, aquella reliquia del siglo XIX que, bajo el lema “América para los americanos”, sirvió en su momento para justificar el intervencionismo de Washington en el continente.
El propio Trump lo reconoció ayer: “Nos centramos mucho en Sudamérica”, dijo, poniendo palabras a la evidencia: la política exterior estadounidense se ha convertido hoy en una sucesión de injerencias descaradas en los asuntos latinoamericanos.
Basta recordar que una de las primeras cosas que el magnate hizo en su regreso a la Casa Blanca fue presionar a Panamá para que cortara lazos con China. Trump llegó a amenazar con usar la fuerza para anexionarse el canal, una infraestructura clave para los intereses comerciales y militares de EE.UU. La estrategia del republicano resultó efectiva: el conglomerado hongkgonés CK Hutchison tuvo que retirarse de los puertos que operaba en el país y el Gobierno panameño acabó abandonando la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el programa de cooperación con el que Pekín extiende su influencia por el mundo.
Acciones hostiles
En los últimos meses, la Casa Blanca ha castigado a países como Venezuela, Colombia y Brasil
Si con Panamá las amenazas no llegaron a pasar del plano retórico, con Venezuela –aliado incondicional de China– se han traspasado líneas más inquietantes. Con la excusa de que el régimen de Nicolás Maduro facilita el narcotráfico, desde agosto EE.UU. ha ido desplegando efectivos militares en el Caribe y ha realizado bombardeos de forma periódica contra supuestas narcolanchas. Es más, Trump ha admitido que ha autorizado acciones encubiertas de la CIA en territorio venezolano para forzar la caída del Gobierno.
Esa estrategia tan hostil, propia de los años de guerra fría, se está empleando también en Colombia, que en los últimos días ha visto cómo el ejército estadounidense abría fuego frente a sus costas y su presidente, Gustavo Petro, era objeto de sanciones por parte de la Casa Blanca.
El Brasil de Lula da Silva ha sido otra víctima del intervencionismo de Trump, pero en este caso la presión se ha ejercido por la vía económica: en julio, el mandatario estadounidense anunció aranceles del 50%, como castigo al enjuiciamiento de Jair Bolsonaro. Eso sí, ahora que el expresidente ya ha sido condenado, todo apunta a que se levantará la medida: no hay que olvidar que el territorio brasileño concentra importantes yacimientos de tierras raras.
Incluso los países más alineados con las políticas de la Casa Blanca reciben el tratamiento de patio trasero: El Salvador de Nayib Bukele se ha convertido en el destino de los migrantes que EE.UU. no quiere en sus cárceles, y el Ecuador de Daniel Noboa está barajando ceder sus bases militares al ejército estadounidense.
A Trump no le faltarán ocasiones para seguir aplicando su renovada doctrina Monroe. La reciente victoria del conservador Rodrigo Paz en Bolivia abrirá nuevas oportunidades para Washington en este antiguo bastión de la izquierda, y en noviembre se celebrarán las presidenciales de Chile, donde un triunfo de la derecha facilitaría el acceso estadounidense a recursos estratégicos como el litio.
