El primer efecto económico notable para los españoles y los europeos de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca se deriva de los famosos aranceles a las exportaciones dirigidas al otro lado del Atlántico. No será ni el más rápido ni el más importante. Las consecuencias de la nueva política comercial trumpista dependerán de cómo acabe el choque entre el presidente de EE.UU. y la elite económica de su país, aliada con los mercados financieros internacionales. En parte se verá al terminar el plazo de 90 días, más improvisación para no reconocer la derrota que cálculo real, para abrir negociaciones con los países afectados. El más importante, la China de Xi Jinping, ya ha desmentido al mandatario de menguante cabellera pajiza; no hay negociación y deberá ser este último quien comience una desescalada arancelaria que el mismo comenzó. Mientras, un tasa del 10% está ya vigente, pero se antoja difícil saber en qué acabará esta guerra comercial.
Ya se han avanzado previsiones sobre su impacto. Pero son anticipaciones. Alemania, por ejemplo, ha rebajado su cálculo para este año al 0%, pero en este caso el problema viene de lejos; dos años de recesión son la prueba.
Hay otra consecuencia de la llegada de Trump, aunque incubada ya con Joe Biden, mucho más envergadura directa y ya palpable: la exigencia de más inversión en armamento y defensa. Nada más ganar las elecciones y antes de tomar posesión, Trump avanzó a los aliados europeos, los socios de la OTAN, que les iba a exigir alcanzar un gasto en armamento del 5% del PIB. Un impuesto imperial destinado a engrasar la máquina de guerra de Washington; peaje por el acceso al mercado de consumo e inversión más grande del mundo. La otra cara de los aranceles.
Los líderes europeos, reacios al principio se han apuntado a la idea, ya veremos si para crear una industria local o simplemente para inflar los beneficios de los fabricantes norteamericanos ( o israelíes). La vigente polémica por la compra, ya cancelada, de munición a Tel Aviv a cargo del ministro Fernando Grande-Marlaska ha dado pie a que el ministerio de Defensa, que dirige Margarita Robles, defienda que seguirá comprando armas a un Estado que aplica políticas genocidas porque se trata de productos de tecnologías insustituibles. Un buen ejemplo. Precisamente ese criterio es el que justificaría que los principales proveedores de la defensa europea siguieran siendo los de EE.UU. La economía de la UE alcanza los 17 billones de euros y un 5% son más de 800.000 millones anuales…

Sánchez y Biden en la Moncloa, eran otros tiempos
Sánchez fía su salvación a que la economía aguante, Alemania pida ayuda y Trump quede tocado
En el caso español, Pedro Sánchez, probablemente el líder europeo más reacio a sumarse a la peligrosa carrera armamentística, ya ha programado un aumento del gasto en el presupuesto de defensa de 10.500 millones este año hasta alcanzar los 33.000 millones. España está en la cola de esa partida de gastos y tampoco tiene prisa.
Con el optimismo inveterado que le caracteriza, no se sabe bien si alimentado por la simple resignación ante la necesidad de mantener la mayoría parlamentaria que le apoya o por una convicción sincera, Sánchez se ha apresurado a asegurar que ese incremento no afectará a las políticas sociales del Gobierno. Atenazado entre el estrecho sendero que discurre entre el rechazo del Sumar de Yolanda Díaz y los otros socios de izquierda y las presiones de Trump y los aliados europeos, ha creado su propia versión del milagro de los panes y los peces.
España es de los grandes países de la UE con las posibilidades más altas de acabar gastándose los aumentos del gasto militar en los bazares de Washington y en menor medida París, Berlín o Tel Aviv. Apenas dispone de empresas potentes en el sector, media docena copan más del 80% de las ventas. Y la primera, Airbus, el consorcio europeo en la que la participación pública española es del 4%, menos de la mitad de Alemania o Francia, se queda con más del 50% de esa parte del mercado español. Precisamente ahora está dando los primeros pasos balbuceantes para que Indra, en fusión con Escribano, aumente algo su dimensión.
Además, la presencia de multinacionales es muy importante y los programas previstos de renovación del equipamiento existente, como los aviones de combate y los misiles para baterías antiaéreas, están muy decantados hacia los proveedores de EE.UU..
El mayor gasto militar puede acabar repartido en los bazares de Washington, París Berlín o Tel Aviv
Pero lo sustancial es que la ilusión de que se puede tener a la vez cañones y mantequilla parece muy osada. Los recursos públicos son escasos, por eso las cuentas se cierran cada año con déficit, en el mejor de los casos del entorno del 3% y esto con una economía creciendo a máxima velocidad y la Hacienda pública beneficiándose de una recaudación dopada por la inflación y que regatea cada euro, como se ha visto en el caso de la última subida del salario mínimo interprofesional.
Es probable que Sánchez esté ganando tiempo, en la confianza de que la economía aguantará aun durante un par de años más; Bruselas acabará estirando su calendario de incremento del presupuesto de Defensa; la flojera alemana relajará las normas de austeridad fiscal del pacto de estabilidad; el BCE seguirá bajando los tipos de interés y eso aliviará la factura de la deuda; China aceptará abrir su mercado a los europeos para no quedarse alidada; mientras, Trump se acercará a las elecciones de medio mandato, en las que el Partido Republicano podría recibir un duro correctivo, con sus votantes cabreados por una posible recesión y la constante subida de precios (verdadera causa de la pasada derrota demócrata), con lo que su agenda quedará muy melada, primero, para sufrir una derrota definitiva en las nuevas presidenciales del 2028, después. Es un viaje en el tiempo con muchos condicionales, pero no imposible, incluso con aceptables niveles de probabilidad. Parece el único a través del cual el milagro de los panes y los peces que Sánchez ha explicado estos días se podría materializar.