
La precaria y perversa distribución de alimentos en Gaza depende, en gran medida, de Phililp F. Reilly, un veterano del ejército estadounidense y de la CIA, director ahora de una empresa de seguridad privada que, junto con el ejército israelí, es responsable de la muerte de unos 900 palestinos. Estas personas han fallecido en las últimas seis semanas por los disparos de los militares israelíes y los mercenarios a cargo de Reilly. También han muerto aplastadas en las jaulas donde deben entrar para conseguir la ayuda.
La ONU acusa a Israel de provocar la hambruna de los palestinos para alcanzar objetivos militares que implican limpieza étnica y genocidio.
Phil Reilly, veterano soldado de elite y de la CIA, dirige a los mercenarios que distribuyen la ayuda
A finales del 2023, pocas semanas después de iniciada la guerra, militares, políticos y empresarios israelíes pensaron que una buena estrategia para debilitar a Hamas sería impedir que la ONU distribuyera la ayuda en Gaza. Sostenían que la entrega masiva de alimentos, a través de 400 puntos de distribución, beneficiaba a la inmensa mayoría de los 2,1 millones de gazatíes, incluidos los guerrilleros de Hamas.
Los ataques militares y la presión política del Gobierno Netanyahu expulsaron de Gaza a las agencias de la ONU y otras organizaciones humanitarias. La supervivencia de los palestinos quedó en manos casi exclusivamente de Israel y fue entonces, a finales del año pasado, cuando Phil Reilly entró en escena.
Reilly es un hombre alto y corpulento, capaz cuando era joven de correr una milla en 4:11, un tiempo casi de profesional. Estudió Humanidades y Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgetown y, nada más licenciarse, se alistó en el ejército, en los boinas verdes, la unidad de elite de las fuerzas especiales. Su formación incluía saltos en paracaídas desde 7.300 metros de altura con microbombas nucleares en la mochila. Estuvo en Honduras en los años ochenta entrenando a los guerrilleros de la Contra nicaragüense, que, patrocinados por EE.UU., luchaban contra el régimen sandinista.
La CIA lo contrató como paramilitar. Sirvió en los Balcanes durante la guerra de Bosnia, en diversos conflictos africanos y estuvo en el primer equipo que llegó a Afganistán después de los atentados del 11-S. Fue jefe de la estación de la CIA en Kabul y, más adelante, en Bagdad, cargos cruciales en la guerra contra el terror que había declarado el presidente George W. Bush.
Terminó su carrera en la CIA como jefe de operaciones del centro antiterrorista. Pasó entonces al sector privado, como consultor de seguridad en la empresa Orbis y colaborador de Boston Consulting Group (BCG), una de las consultoras más importantes del mundo.
Israel pensó que Keilly sería la persona adecuada para controlar la distribución de los alimentos en Gaza y él aceptó. Desde Orbis pidió ayuda a BCG, que diseñó el plan.
Junto con el Instituto Tony Blair del ex primer ministro británico, BCG también participó en los planes para convertir Gaza en una riviera mediterránea. Había calculado que medio millón de palestinos aceptarían irse a cambio de 9.000 dólares cada uno. Aseguró que desplazar a la población en lugar de mantenerla suponía un ahorro de 23.000 dólares por palestino.
BCG aconsejó crear dos entidades para distribuir la ayuda. Una se encargaría de las tareas humanitarias, y la otra, de la seguridad.
A principios de año, un abogado a las órdenes de Reilly registró en EE.UU. la Gaza Humanitarian Fundation (GHF) y la sociedad Safe Research Solutions (SRS). Israel les encargó entonces la gestión de la ayuda en Gaza.
Reilley dirige SRS y al frente de GHF está el reverendo Johnnie Moore, líder evangelista experto en relaciones públicas y trumpista de primera hora. Estados Unidos les ha entregado 30 millones de dólares. El resto de la financiación es opaca.
En marzo, Israel cortó de raíz la entrada de ayuda en Gaza y no fue hasta el 26 de mayo que GHF no empezó a distribuir raciones alimentarias. Un día antes, BCG se había retirado del proyecto por discrepancias en su ejecución.
Reilly, de acuerdo con los estrategas militares israelíes, ha abierto cuatro puntos de distribución de ayuda. GHF anuncia las horas de apertura en su página de Facebook. Estos avisos, siempre al alba y nunca fiables, obligan a los palestinos a recorrer a pie y de noche, sin ninguna iluminación, hasta decenas de kilómetros. Los que se pierden y se salen de los corredores designados son objetivos militares legítimos, sobre todo si están en edad de combatir. El ejército y los milicianos de Reilly tienen órdenes de tirar a matar si se sienten amenazados . Drones y carros de combate también se han utilizado contra la multitud que se acerca a los puntos de recogida.
Los hombres de Reilly se protegen entre sí, pero no impiden el pillaje ni las estampidas. GHF asegura que el servicio mejora día a día y que va a habilitar una cola exclusiva para mujeres y niños. Sin embargo, ir a por ayuda es tan peligroso que son los hombres los que asumen el reto.
La ONU asegura que esta operación viola los principios de independencia, neutralidad y humanidad que deben respetarse para que el hambre y la entrega de comida no sean armas de guerra.
Unicef certifica que la malnutrición severa infantil se ha disparado un 146% desde febrero. Hay más de 600 niños hospitalizados en Gaza con este síndrome.
Esta semana, después de una estampida que mató a una veintena de personas, la asociación Médicos para los Derechos Humanos en Israel ha pedido la retirada de GHF porque “pone en peligro la vida de los palestinos” y viola los principios que establece el derecho humanitario internacional.
Reilly vuelve a estar en una zona de conflicto. Echaba de menos la adrenalina de los “días pasados”, según ha reconocido en una entrevista en el podcast Blackpoint.
La diferencia con ayer es que hoy gana mucho más dinero y su vida no corre peligro. Los palestinos que acuden hambrientos y desesperados a buscar los paquetes de comida no están armados y Orbis es propiedad de McNally Capital, sociedad que ha invertido en SRS.