Una gran concentración en Bangkok alienta el golpe de estado contra la primera ministra

El amarillo vuelve a estar de moda en Bangkok. Unas veinte mil personas se concentraron este sábado alrededor del céntrico monumento a la Victoria para exigir la salida de la primera ministra, Paetongtarn Shinawatra. Aunque las cintas y banderas con los colores de Tailandia unificaban la protesta, un porcentaje significativo de manifestantes -sobre todo los de más edad- vestían de amarillo. Un guiño al pulso que se libró a principios de la década pasada y a finales de la anterior entre los “camisas rojas”, partidarios del exprimer ministro Thaksin Shinawatra, y los “camisas amarillas”, identificados con la monarquía y el ejército. 

Algunas sexagenarias parecían satisfechas por volver a lucir su blusa amarilla de más de una década atrás. Una de ellas repartiendo además ojos de dragón, fruta asiática del mismo color. Las señoras con ventilador de mano podían prescindir de él, a las cuato de la tarde. No en vano, poco después, un aguacero torrencial se aliaba con el clan Shinawatra, obligando a apiñarse bajo el metro elevado (BTS) a miles de personas, vaciando la plaza y desluciendo los primeros discursos. 

En ese momento, la policía hablaba de 6.000 personas, pero horas más tarde, ya sin lluvias y con una temperatura excepcionalmente agradable en Bangkok, debían ser más del triple. Lejos, eso sí, de las 100.000 anunciadas por la organización, que se hace llamar Poder Unido de la Tierra para Proteger la Soberanía. Esta recaudó medio millón de euros en donaciones, más que suficiente para la instalación de varias pantallas gigantes y megafonía. Lo que sobre, dicen, será destinado a las tropas desplazadas a la frontera con Camboya.

Mucha gente con ganas de protestar, pues, aunque en número insuficiente -en una área metropolitana de once millones de habitantes- para tumbar un gobierno, a riesgo de desencadenar una réplica aún mayor. 

Monárquicos y conservadores

El amarillo es el color asociado al lunes, día de nacimiento del anterior rey, Rama IX

Huele a fritanga, pero la lluvia arruina en parte las ventas, pese al buen aspecto de las patitas de calamar -ya es casualidad- también amarillentas. Como lo son, después de fritos, los gusanos de seda y otros bichos comestibles, como los saltamontes. 

La señora de los ojos de dragón, que dice llamarse Wipada, vota al Partido de la Nación Tailandesa Unida. Exfuncionaria del gobierno jubilada, a sus 65 años, en caso de nuevas elecciones votará “al Partido la Nación Tailandesa Unida”. Es decir, al general Prayut Chan-o-cha. Su amigo, Witaya, dice votar al Partido Demócrata, que igual que el anterior, forma parte del mismo gobierno que afirman querer descabezar. 

Al margen del monumento, la arquitectura de la plaza es muy propia de los años setenta, principios de los ochenta. Pero un potente actor político de aquella época, la izquierda, prácticamente ya no existe en Tailandia. El temor al contagio de Vietnam, Camboya o China llevó, no solo a su descabezamiento sino a su práctica erradicación, manu militari. Hoy los tailandeses de cualquier condición son libres de elegir -cuando los son- entre variantes de una misma élite, militar y burocrática o empresarial, o como mucho -colmo del aire fresco- por los retoños de esta misma élite. 

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Vista aérea en un momento álgido de la protesta de este fin de semana, que amenaza con resucitar un pulso de casi veinte años, que llevaba soterrado desde la asonada de 2014 

CHANAKARN LAOSARAKHAM / AFP

En las manifestaciones de 2008, la demografía de este tipo de protesta era mucho menos transversal. Muchos acudían con el polo amarillo y los palos de golf, por si había que golpear con clase. Cuando no era temporada de lluvias se veían muchas más señoras aguerridas de permanente impecable. 

Los fritos y refritos antes citados no tienen mucha salida entre este público. Ni los chorizos del Nordeste (de donde son oriundos muchos de los camisas rojas). Por detrás del tamborileo de la lluvia, en el escenario se turnan los intervinientes, afectando indignación por los traspiés de comunicación de la bisoña Paetongtarn Shinawatra. El vendedor no parece muy excitado, ni por lo que ve, ni por lo que oye, ni por las ventas. 

Lo que va como un tiro son las ventas de banderas de Tailandia. Cuando oscurezca, el obelisco será iluminado con sus colores, azul, blanco y rojo. Como casi cualquier cosa levantada en 1941 -más aún con un gobierno fascistoide amigo de Japón- la escenografía política a su sombra presentaba un aire inquietante. A las nueve, el orador era Jatuporn Prompan, un exlíder de los camisas rojas que ha cambiado de bando y ahora dice pestes de Thaksin Shinawatra y su clan. Suma un par de años de cárcel.  Uno menos que el “luchador anticorrupción” ultramonárquico, Sondhi Limthongkul, fundador de los “camisas amarillas”, que se tragó tres por fraude en documento mercantil. 

Camisas rojas

El día antes los fans de Shinawatra se concentraron frente  a la sede del partido

Jatuporn dice que esta noche volverán a sus casas -algunos, llegados de lejos, después de doce horas- pero que ocuparán permanentemente la rotonda si no se atienden sus peticiones. “Si ella [Paetongtarn] no dimite, ni es inhabilitada, nos quedaremos hasta que la echen”. Nada pasa por casualida. Este 1 de julio, tanto Paetongtarn Shinawatra como su padre comparecen ante la justicia. Thaksin, para la primera vista de un caso que se remonta a hace más de diez años, con el delito de lesa majestad pendiendo sobre su cabeza por una entrevista. 

En el caso de la primera, por la posible “traición” en su diálogo con el camboyano Hun Sen, supuestamente retirado de la primera línea política en beneficio de su hijo Hun Manet, pero que desde hace pocos meses -en tanto que presidente del Senado- asume la jefatura del Estado durante las frecuentes estancias del rey Norodom Sihamoni en China, por motivos médicos. 

November 28, 2024, Bangkok, Thailand: Thailand's prime minister Paetongtarn Shinawatra speaks to the media during a press conference at Government House in Bangkok. Singapore's prime minister Lawrence Wong is on an official visit to Thailand that aim to strengthen ties between the two nations.

Foto de archivo de la primera ministra del gobierno tailandés de coalición, Paetongtarn Shinawatra (Pheu Thai). La hija del exprimer ministro y magnate Thaksin Shinawatra está ahora en la picota 

Peerapon Boonyakiat / Europa Press

Otros oradores fueron más lejos que Jutaporn, pidiendo un golpe de estado del ejército, de forma explícita. Hace pocas semanas, el viceprimer ministro y ministro de Defensa en funciones, Phumtham Wechayachai, dijo que una asonada era “improbable”, pero que “no se podía descartar”. Hoy menos que entonces. 

De momento, la primera ministra ha remodelado el gobierno y se ha quedado también con la cartera de Cultura. La de Interior, que ocupaba Bhumjaithai, una fuerza de derechas que acaba de abandonarla, es ahora de su partido. Pero esto se rumorea que ya estaba decidido desde antes y que podría haber contribuido a precipitar la crisis con Camboya, por despecho del partido conservador damnificado. 

Hay a la venta adhesivos de la Armada Real, que recuerdan que uno de los temas en liza son las aguas territoriales en disputa con Camboya, bajo las cuales podría haber hidrocarburos. “No vamos a perder ni un palmo mas de tierra”, ya perdimos mucha, grita Jutaporn. 

Un excompañero de batallas de Jutaporn en los camisas rojas se pregunta: ”¿Tendrá principios?”. Lo que sí tiene son dos causas pendientes, de varios años de cárcel, en suspenso. Su gesticulación es altamente inquietante. La fiebre amarilla -aunque sus oradores hoy vistan de blanco- parece más interclasista que hace quince años, por su participación, que llueve sobre mojado, por el natural desengaño de muchos con el populismo del riquísimo clan Shinawatra. Pero no todo el mundo se siente igual de cómodo con esta ampliación de espectro. Ni todos aplauden a su antiguo adversario, aunque haya cambiado de chaqueta (en fin, de camiseta).

La concentración se disolvió casi a las diez de la noche con la promesa de convertirse en permanente si no se atienden sus peticiones

La concentración se disolvió casi a las diez de la noche con la promesa de convertirse en permanente si no se atienden sus peticiones

Jordi Joan Baños

El establishment de Bangkok todavía está afinando su respuesta, a la luz de los cambios en Tailandia y fuera de Tailandia. El tiempo en que Estados Unidos atacaba a la anterior junta militar con las balas de papel de USAID ha pasado a la historia con Donald Trump, menos dado a dar lecciones de democracia que los demócratas. 

Estas manifestaciones no tomarán el Palacio de Invierno -es un decir, puesto que son muy monárquicos- a no ser que les den permiso y las llaves. La juventud que hace dos años votó a Avanzar no está aquí. El partido fue disuelto y su sucesores, del Partido Popular, no tienen el mismo tirón. 

Hay muchos menos jóvenes, pero aún así, encontramos a un grupito de universitarios. “De Economía”, dice Tika, la que mejor habla inglés. “Estamos aquí por la democracia, para que se vaya [Paetongtarn Shinawatra]”¿Por el contenido de su llamada con Hun Sen?, pregunto. “Sí, por eso y por que ella nunca mostró amor por el país”, asegura Tika, antes de confesar que su favorito es Prayut. Es decir, el general que encabezó la junta militar en 2014. 

En cualquier caso, la protesta de este fin de semana es un aviso que nadie en la familia Shinawatra se toma a la ligera. Un déjà vu. En 2006, con la misma logística perfecta, la multitud que tomó las calles fue un preludio del golpe de estado que apartaría a Thaksin Shinawatra meses después. En 2008, se disolvió a su partido y se instaló en el poder a una mayoría alternativa en el parlamento. En 2011 se recurrió al litigio fronterizo con Camboya -aunque con mala fortuna- para tapar la polarización en la sociedad tailandesa. 

Protesta en Bangkok

Protesta en Bangkok

Jordi Joan Baños

Hasta que, en 2014, el ambiente de enfrentamiento fue el pretexto del ejército para tomar el poder, a través del general Prayut Chan-o-cha. Hay otros países con golpes de Estado recurrentes, pero ninguno, con la excepción de Turquía, tiene el aceptable nivel de desarrollo de Tailandia. Solo aquí se habla de una “cultura de la asonada”, prácticamente como una señal de distinción.

Hace cuatro o cinco años, la fractura política en Tailandia estaba entre la junta militar de Prayut, por un lado -que “legitimó” su golpe de estado de 2014 en las urnas en 2019- y los jóvenes liberales y reformistas de Avanzar. El escenario favorito de sus protestas era el monumento a la Democracia, de 1939, que saludaba la sustitución de la monarquía absoluta por una monarquía constitucional (años después hubo una marcha atrás). 

El lugar elegido para la concentración ultranacionalista de este sábado, en cambio, fue el monumento a la Victoria, que celebra la efímera reconquista por parte tailandesa, en 1941, de algunos territorios fronterizos de Camboya y Laos (entonces parte de la Indochina francesa). El Imperio Japonés, que arbitraba tanto sobre el antiguo Siam como sobre uno de los rincones más remotos de la Francia de Vichy, forzó un tratado de paz. Sin embargo, con la victoria aliada de 1945, Tailandia fue obligada poco después a retornar aquellos territorios, por ende de población camboyana y laosiana, respectivamente. 

No hay mejor escenario que este para un programa irredentista o, mejor aún, para su apariencia, en la que todos se movilicen, para que nada cambie. El monumento a la Victoria fue erigido en aquel breve intervalo, con esculturas del italiano Corrado Feroci (como en el monumento a la Democracia) representando a un soldado del ejército del Aire, uno de la Armada, uno de Tierra y un civil. Una supuesta comunión, grata para la cúpula militar, que abrió la mano hace dos años a un gobierno encabezado por un civil salido de las urnas, pero que todavía encuentra la forma de seguir determinando el curso de los acontecimientos.

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