
El escenario que se dibuja a medio plazo para Europa después del frenesí diplomático de ayer en Washington podría consistir, siendo optimistas, en una futura paz armada, un conflicto congelado y con ciertas similitudes con el que se ha vivido entre las dos Coreas desde 1953 o en la isla mediterránea de Chipre desde 1974.
Si durante la vieja guerra fría el punto máximo de fricción se situaba en Alemania, sobre todo en la fracturada ciudad de Berlín y en el río Elba, con centenares de miles de soldados estadounidenses y soviéticos acuartelados en cada lado, la frontera de choque será a partir de ahora el Dniéper , la región del Donbass y el norte del mar Negro.
La fuerza militar de estabilización, con su nucleo duro francés y británico, estaría en la retaguardia ucraniana
El plan de la Coalición de Voluntarios prevé el despliegue de un número aún indeterminado de soldados, con un núcleo duro de franceses y británicos, en la retaguardia ucraniana. Esa fuerza de estabilización, que se ubicaría en Kyiv, Odesa y otras ciudades muy pobladas, tendría como objetivo disuadir a Rusia de violar el armisticio y volver a atacar a su vecino. La clave de esta iniciativa para que sea creíble y eficaz será la implicación estadounidense, cuya logística –satélites, potencial aéreo y otros recursos– no es reemplazable por los europeos.
Es inimaginable que los líderes europeos bendigan la cesión definitiva de territorios. La historia pesa demasiado. Sería repetir el error de la conferencia de Munich de 1938, cuando se intentó apaciguar a Hitler entregándole la región checa de los Sudetes, y luego los nazis invadieron toda Checoslovaquia, preludio de su conquista de media Europa. El reconocimiento de facto de la ocupación rusa y la renuncia a proseguir la guerra no significa en absoluto admitir la soberanía rusa sobre esas regiones.
La nueva paz armada plantea diferencias significativas con la que imperó en Europa entre 1945 y 1989. Además de desplazarse la línea de choque unos 2.000 kilómetros al este, el bloque occidental ha aumentado mucho en tamaño gracias a la incorporación a la OTAN de los antiguos satélites soviéticos y de dos países, Suecia y Finlandia, que fueron neutrales por propia voluntad o forzados por el Kremlin. No ha pasado desapercibida, por ejemplo, la presencia en Washington del presidente finlandés, Alexander Stubb, al frente de un país de escaso peso demográfico, pero con extensa frontera con Rusia y una defensa muy sólida y bien organizada. La inclusión de Stubb en la delegación no es una anécdota que se explique por su cercanía a Trump y su mutuo amor por el golf. Es un claro mensaje a Putin que ilustra el fracaso geopolítico de su aventura ucraniana. En vez de frenar el avance de la OTAN, lo ha impulsado.
A falta de concretarse la garantía de seguridad norteamericana reiterada ayer mismo por Trump, en directo, desde el Despacho Oval, y si acepta aplicar para Kyiv una protección equivalente a la que da el Artículo 5 del tratado de la OTAN, resulta evidente a estas alturas, tras los sobresaltos experimentados desde su llegada a la Casa Blanca, que los europeos no pueden fiarse del todo. Sin duda necesitarán complementar su fuerza militar de estabilización en Ucrania con otro componente vital, la disuasión nuclear propia, ya sea explícita o implícita. La discusión sobre un paraguas nuclear europeo –basado en los arsenales británico y francés– está en marcha desde hace tiempo y probablemente se intensificará. Esa garantía nuclear se verá acompañada del rearme convencional, un proceso ya en curso, con el peligro de una nueva carrera armamentista muy difícil de digerir social y políticamente en países con dificultades financieras.
Los potenciales paralelismos con la península coreana y Chipre son muy relativos. Entre las dos Coreas, en efecto, no se ha firmado nunca un tratado de paz después de la guerra, que quedó congelada a lo largo del paralelo 38. Pero la gran diferencia es que los estadounidenses fueron protagonistas directos de la guerra (36.000 muertos y más de 100.000 heridos) y mantuvieron hasta hoy una presencia de tropas muy importante para proteger a Corea del Sur.
El caso de la isla de Chipre, cuyo tercio norte está ocupado por el ejército turco desde 1974, tiene una dimensión geopolítica mucho menor, aunque es paradigmático de conflicto congelado e irresuelto, con el agravante de enfrentar a Grecia y Turquía, dos aliados en la OTAN.
La sensación en Londres, París y Berlín es que un conflicto congelado, una paz armada y disuasoria, aunque precaria, puede ser el mejor escenario realista en este momento, dada la desconfianza que seguirá ofreciendo Rusia mientras el régimen de Putin se mantenga en el poder.