“Es la economía, estúpido”, fue la frase utilizada con éxito por la campaña electoral de 1992 de Bill Clinton en la que, contra pronóstico, derrotó a un George Bush (padre) que afrontaba los comicios en posición de ventaja. Inspirado por su asesor James Carville, Clinton supo contrarrestar los éxitos de Bush en política exterior con un enfoque hacia los asuntos domésticos y especialmente la economía. Clinton ganó y su mantra de entonces ha pasado la historia para llamar la atención sobre un hecho clave que puede acabar siendo decisivo.
En la España del 2025, en medio de una polarización política extrema, emerge una aparente contradicción. Unos excelentes datos macroeconómicos, con crecimiento sólido, récord de afiliación e incluso control del déficit, conviven con un malestar en la calle porque las cosas no van tan bien como se podría deducir de estos números. Es el malestar en tiempos de crecimiento económico al que una encuesta de Funcas en junio le ponía cifras: el 55% de los españoles considera que la situación económica es peor que antes de la pandemia, en 2019. Y cuando se analizan las causas de este empeoramiento, no hay duda en señalar al gran culpable: la inflación. El 88% la considera la principal responsable. Le podemos añadir una segunda gran razón, y probablemente más profunda y determinante, las dificultades para encontrar una vivienda digna, especialmente entre la población joven, con todas las derivadas que esto conlleva, incluido un riesgo ya presente, pero que se acentuará, de cuello de botella del empleo.
“Es la vivienda, estúpido”, podría ser la frase implícita detrás de los sucesivos anuncios del Gobierno en esta materia, destacando como es un hecho clave y que como puede ser decisivo. Pero, una cosa es identificar el problema y otra ser capaz de afrontarlo.

Del “Es la economía, estúpido” de Bill Clinton al “Es la vivienda, estúpido”, de la España del 2025
Vamos a intentar descifrar la aparente paradoja de este malestar en tiempos de crecimiento, situando primero las flores, los factores positivos del crecimiento, y a continuación, las espinas, las que abonan la desazón.
En la parte positiva del jardín, destaca el crecimiento del PIB. Los datos del segundo trimestre conocidos el pasado viernes sorprendieron otra vez al alza, y dan pie a prever que este año se situará en el entorno del 3%, lo que supone triplicar la previsión para el conjunto de la zona euro. Es lo que algunos llaman la venganza de los PIGS, rememorando la crisis financiera que puso en situación crítica no solo a España, sino a todos los países del sur de la eurozona. Aquel acrónimo injurioso que popularizó la prensa anglosajona se acompañó de frecuentes comentarios despectivos sobre las economías de ”sol y playa” en los briefings en Bruselas de la época. Ahora, España en particular, pero también la Grecia que estuvo a punto de salir del euro, consiguen un crecimiento muy superior al de una Alemania desfondada.
Sentimientos vengativos al margen, el mercado laboral también sigue creciendo, ya superando los 22 millones de ocupados en el segundo trimestre de este año. Un récord. Y a esto se le añade un tercer elemento positivo, un déficit que cerrará el 2025 por debajo del 3%. Es cierto que la bajada tiene cierto truco, porque viene provocada principalmente por el tirón del crecimiento y la no deflactación de las tarifas del IRPF en tiempos de inflación disparada; y esta combinación en el futuro próximo previsible no se mantendrá.

La resaca de la inflación de los alimentos abona el malestar
Al pastel de estos datos, se le puede añadir una guinda, como es la mejora del rating de la deuda española que las tres grandes agencias de calificación han hecho, S&P hace dos semanas y Fitch y Moody’s este viernes, lo que contrasta por ejemplo con los problemas de Francia para cuadrar las cuentas.
Hasta aquí las flores, pero en el jardín abundan también las espinas. Una de afilada son los precios que, ciertamente, ahora están bajo control y este año, por ejemplo, los salarios están subiendo más que la inflación. (El incremento de los sueldos en los convenios colectivos registrados es del 3,5%, frente a una inflación del 2,7% en agosto). Pero, la moderación actual no corrige el subidón de los precios que ha castigado duramente a los hogares en estos últimos años. Hay una diferencia que vivimos cada día en el súper entre que se modere la inflación y que baje.
En este súper, la cesta de la compra cuesta un 34% más que en el 2019, según los cálculos del BCE, y además, a esto se le añade que el precio de los alimentos pesa desproporcionadamente en la percepción de la inflación. Muchos consumidores compran alimentos cada día, con lo cual perciben rápidamente incluso los cambios más pequeños. De manera que, como muy bien cuenta el BCE, la inflación de los alimentos es especialmente significativa por tres razones: porque en esta ocasión ha sido superior a la general, porque afecta a todo el mundo y por tanto modela las expectaciones inflacionistas, y porque las subidas de precios de los alimentos golpean más a los hogares más pobres que al resto.
La vivienda es el agujero negro que se traga la mejora de las rentas
Sin embargo, si bien la inflación castiga, hay otro aguijón que todavía provoca más dolor, la vivienda. Unas dificultades para acceder a una vivienda que se han convertido en el problema más grave de la sociedad española actual, con especial incidencia en los jóvenes.
“La vivienda es el agujero negro que se traga la mejora de las rentas”, explicaba Antón Costas en mayo al presentar la memoria anual del Consejo Económico y Social (CES). La fotografía que ofrecía es contundente: mucho PIB, mucho empleo, pero menos traslación a la vida de cada día. Para el CES, las medidas ya adoptadas como la ley de Vivienda son bien intencionadas, pero solo paliativas.
El Banco de España pone cifras al problema. Solo en este año 2025 se generará un déficit añadido de más de 100.000 viviendas, que se sumará a la falta de más de 400.000 que ya llevábamos acumuladas. El énfasis tiene que estar en la oferta, dice el regulador. Una oferta de suelo público de la que carece España y de la que tardará en conseguirla. Dispone solo de un 3 3% de parque público protegido, muy lejos de la media europea del 8%. La razón hay que buscarla en las privatizaciones realizadas durante años.
Es el precio de no construir, el déficit acumulado durante años en que el número de nuevos hogares supera con creces al de nuevas viviendas. A partir de ahí, la reacción del gobierno ha apuntado en tres direcciones: ley del Suelo, que embarrancó; ley de Vivienda, con dos años de vida y resultados discutibles; y el proyecto del plan estatal de vivienda.
Medidas bien intencionadas pero solo paliativas
La ley de Vivienda ha permitido establecer zonas tensionadas en algunas comunidades, pocas por la oposición del PP, y en el caso más paradigmático, Catalunya, la limitación de los alquileres ha permitido una reducción de los precios, pero reduciendo también la oferta. Mientras, una muy necesaria ley del Suelo está totalmente en vía muerta, por la falta de apoyos parlamentarios, cuando el sector la reclama a gritos por la agilización que supondría de los permisos de obra y especialmente, porque evitaría la fácil paralización actual de los planes generales de ordenación urbana. Mientras, el tercer elemento, el plan estatal de vivienda, aún está arrancando. Son 7.000 millones en seis años condicionados a que se blinde el parque público, pero, otra vez, contará con la oposición de las comunidades del PP, con lo que su impacto geográfico será limitado.
Por tanto, no es una perspectiva precisamente optimista, ni sobre los efectos de las medidas, ni especialmente sobre su rapidez en notarse. Como apuntaba Antón Costas, medidas bien intencionadas, pero solo paliativas. Y en esta crisis, el médico prescribiría más una operación quirúrgica que dosis elevadas de analgésicos.